sábado, 31 de julio de 2010

Don Mike, detrás de la barra

Escribió el poeta Guillermo Fernández: "Me falta juventud para vender mi alma", bellas palabras que vienen muy bien para el siguiente texto acerca de un gran personaje del Puerto de Lázaro Cárdenas: Don Mike, así, a secas.

Don Mike atendía una cantina que se encontraba al lado de un hotel del puerto michoacano, muy cerca de la presidencia municipal, el vate servía tragos y departía con los parroquianos. Setentas y tantos años que se le fueron como agua, agua con sal la del mar.

La luz azul y el calor de Lázaro Cárdenas mezclados en el compacto establecimiento de Don Mike. Las fotos en las paredes son de barcos, imágenes del pez vela y la infaltable caña de pescar colgada triunfalmente, un trofeo de aquellas épocas de pesca deportiva que le dieron fama y gloria a Don Mike.

Capitanes de barco llegaban al tugurio para tomar unas cubas con Don Mike, él preparaba un ceviche para platicar y acompañar la bebida. En una de tantas tertulias que de índigo estaban teñidas, le regalaron la gorra que tenía arriba del refrigerador de la chela que casi no tomaba, su favorito era el ron blanco con refresco negro y unas gotas de limón: ¡Viva Cuba libre!

La Sonora Santanera desplaza, tranquilamente, con cachondeo arrabalero, al silencio; Don Mike aún tiene los oídos sanos, "muchachos", como escribió Rulfo.

Recuerdo que me enseñó unas caricaturas pegadas en los muros del lugar, en un rincón, todas tenían a Don Mike como personaje principal, esa noche la traigo en la memoria, no me abandona: Él se acerca ofreciendo otra, va, le digo, la ostra. Nueve vasos y como veinte canciones después estoy platicando de poesía, Paz era muy fresa, Huerta es el mero cocodrilo, Sor Juana todavía está oculta bajo el velo negro de la interpretación académica, esto me dice mientas las luces de Nueva York suenan en Lázaro Cárdenas.

Toda su vida se la pasó viajando, a sus 79 años se le miraba fuerte, medio encorvado pero rápido de movimientos, fuma con una decencia de tango, el cáncer nunca le ha dio miedo. Mike fue de todas partes, pero en Lázaro se quedó su corazón. Aquí tenía a sus mejores amigos, y también su bar, que hoy ya no está, todo lo devora Saturno playero, aunque más lento, como un bolero arrabalero.

Pescar era para él un acto sagrado. Un ritual; esto me lo dijo la la segunda vez que estuve en el bar, en esa ocasión Don Mike mostróme sus videos de pesca noventeros, unos VHS que eran su mayor tesoro. Concursos de pesca, de los cuales él había ganado algunos. Pesca del Vela. Se aprenden cosas muy filosóficas de la pesca del vela: paciencia, perseverancia y la lucha del hombre contra los monstruos del mar, Moby Dick con espada.

A su cantina asistían personas heterogéneas: turistas perdidos, ficheras tristes, periodistas locales con sed de información que se quita con cerveza, empresarios del puerto que beben y beben y vuelven a beber, porque ellos tienen varo liro lero la, marineros a la mari mari mar, que se van a empedar con lo que les da el gobierno federal; él me presentó a un electricista con la mitad del cuerpo hecha chicharrón, tuvo mucha suerte este cabrón bromeó, el aludido le mentó la madre con cariño, como sólo saben hacerlo los amigos añejos.

Les sirvió a cada uno de ellos, compartió el tiempo y el espacio azulado de su cantina; la rockola sonaba, las muchachas bailaban una o dos canciones, el ron frío, Don Mike detrás de la barra, ¿cuántas pláticas de borrachos acumuló en esa testa con gorro a lo cubano?

La última copa de Don Mike, murió en 2010, dicen que sucedió en su bar, quizá la banda sonora de su despedida fue algún son olvidado, o quizá fue el pasito tuntún el que lo acompañó al mar, en donde las ánimas pescan peces perennes.