Gauguin es un salvaje que me contagió de una enfermedad desconocida para los médicos que desatienden mi cuerpo, sigo en el olvido alopático pero estoy sano de la imaginación. Recordando con cariño al buen Paul, soy cuerpo y mente en un instante y luego ya no. Lo que sigue es el desplome.
Pasa una voz cantando cosas sin sentido. El precipicio es un chivo cayendo para pagar los pecados de los otros. Rogar a los santos para que no se aparezca Dios. Los rasgos de esta voz son atigrados, llenos de felina conmiseración.
Con el son jarocho y un mezcal pierdo la memoria y empiezo a llorar. ¿Y la coma? Con el son tierracalenteño y un mezcal pierdo la razón y comienzo a berrear. ¿Y la coma? Con el son huasteco y un mezcal, de pechuga, claro está, pierdo a mi muchacha y me hago harakiri sexual.
La lámpara de un celular alumbra una hoja blanca sobre la que un lapicero escribe textos inconexos de un poeta rancio, descompuesto: La señal es en verano, Inés lo dijo, sí, por aquello del incesto, la penetración que realiza un hijo a su madre, Edipo canta pirekuas, el acto descarado de ser Lot en un Oxxo. El vino ha sido el culpable, por eso, desde entonces, se inventó la cirrosis.
Salida del hospital. Llueve frío, el viento se ha quedado para recibir a la primavera, ya sabemos que es mentira lo que digan, el susurro ahora es grito, el diagnóstico puede irse a la basura. Su pase de salida, el Alta ya está dada, dejar la credencial de elector para conseguir una silla de ruedas que te expondrá a la mirada morbosa de los vendedores de garnachas, "Éste qué tiene". No se siente la diferencia del estar afuera después de un rato.
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