Es bueno saber que el mal regresó. Esto me lo contó un amigo que sobrevivió al frío de la madrugada. Subió a la montaña como cada domingo, cuando se puede. Llevaba un litro de mezcal en botella reciclada, agua, aunque no tanta, había olvidado la chamarra. Estos días aún son de lluvia, pero a él no le importó la climatología, andar por la montaña era su meta, su más allá, su empecinamiento micro-turístico. Ya había conquistado el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl varias veces, el recuerdo de estos colosos lo animaba a seguir por la ruta de lo intransitable: "Sí, sí puedo". Nunca imaginó que la cima se convertiría en sima. Caminó, no sé si iba pensando en algo o quizá anduvo sin detenerse en el pensamiento, un constante e hipnótico asombro del verde, ya mencioné arriba que el verano todavía no termina. Tal vez fue la combinación esquizo-religiosa lo que lo llevó a la expiación natura naturata. La confianza en sí mismo lo ayudó a internarse más en lo desconocido: "No, no estoy perdido". Siguió en la invención del camino, se acordó de Antonio Machado. Dos viajes, el de afuera y el de adentro. La noche pintó el paisaje sin ayuda de la luna. El terreno indómito no se dejaba andar, se agachó para palpar el suelo y ahí se quedó quedo, era imposible seguir, la voluntad estacionada. Tuvo que permanecer así hasta el amanecer, sin moverse de su lugar pero moviéndose en su lugar, generando algo de calor, mirando a las moribundas estrellas burlonas. Llegó el amanecer y con éste las lágrimas y el rocío. Esperanza y alegría en el regreso a casa, renacer en la última oportunidad que es la que tenemos cuando despertamos cada día. Sería interesante que todos nos perdiéramos una vez al mes, por lo menos.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
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