jueves, 9 de julio de 2015

Sobre la ficción

  Esto que cuento no necesariamente es la vida mía. Relato, crónica, poesía o lista de mercado, cara de libro, mi canto, portada y contraportada, epígrafes aquí y allá, en vez de sangre tinta, en la nuca tengo el índice. Lo que escribo es más ficción decolorada que realidad consensuada. Un tango es un tango y algo más, lo mismo puedo decir del sonido de un elevador. Escuchar la lluvia de notas, mojarse sin sentido, dejar el paraguas y la interpretación para después.


  Cruzo la calle viendo hacia ambos lados. Sé que a pesar de las precauciones pueden atropellarme, pasar las llantas por encima de mi humanidad esquizofrénica, el metal, fibra de vidrio u otro material, se me encajaría en el cuerpo aplastado, aventado por allá. Habría mucha sangre, pedazos de mí. Puede pasar.


  También puedo ser yo el que conduce el carro. Yo, tú y él. Hablo de mí como si fuera otro, digo él como si de verdad supiera lo que pasa por la mente de la tercera persona. Omnipotente e impotente, un dios cojo, tuerto y tartamudo.

  Luego vienen los problemas normales de la anormalidad: ser o no original, el plagio, el tributo a los libros leídos, el guiño, millones de citas, los kilogramos de papel consumidos, el valor de la pena, los acontecimientos familiares, aquellos amigos que se han muerto, los que siguen vivos a su manera. Concursos, títulos universitarios, enfermedades, iluminaciones, intuiciones, tienes que hablar de lo que eres pero sin mostrarte completamente, cubierto por la sábana blanca de tus obsesiones, insinuando un sujeto, un personaje que se parece mucho a ti, un Yo todo poderoso que reparte adjetivos sin compasión.

(Última flecha hacia abajo)

  Más acá, en el vértice de las definiciones, donde coincide la creación y la sorpresa del otro, planto un cadáver. ¿Por qué? Porque puedo.

En la ruta roja 3

  Hice la parada frente al Seguro Social, la combi se detuvo media cuadra adelante. Corrí porque no quería llegar tarde al trabajo, otra vez, ya estaba advertido. Al subir, el olor a vómito se hizo presente, esa mezcla de ácidos estomacales y leche pasada que resulta tan desagradable a la hora de la comida, eran las tres y media de la tarde. Por la mirada incómoda e insistente de un pasajero hacia una dirección determinada, descubrí que fue una niña la que había devuelto el desayuno, yo iba parado, como es costumbre en esta ruta, y noté que la pequeña tenía un aspecto enfermizo, pálida y con la mirada perdida. Su papá la abrazaba nervioso con un brazo, volteaba hacia los pasajeros, como pidiendo disculpas con los ojos; mientras que con el otro brazo limpiaba los grumos blancos que estaban esparcidos en el asiento y suelo del vehículo. La madre iba frente a él, cargaba a otra niña que dormía, al parecer ésta no supo nada del asunto digestivo de su carnala. Noté que eran gemelas, andaban por los cuatro años más o menos. Le pregunté lo obvio al padre: "¿Está enfermita?" Él contestó que sí, que andaba delicada de salud desde hace unos días y que las niñas no estaban acostumbradas a salir, mucho menos a andar en combi. Luego se quejó de su existencia: "Uno tiene que estar trabajando todo el día y la mamá debe darles cuidados en la casa, es su obligación. Yo quisiera tenerlas junto a mí siempre, pero hay que comer, es difícil, la situación es complicada". La madre peló los ojos y no pronunció palabra alguna. Una señora intervino en la charla y dijo algo acerca de darse su tiempo para estar con la familia. Entonces observé que la mamá de las gemelas era, al menos, unos quince años más joven que su esposo. De ahí que tuviera una actitud bastante sumisa a los comentarios del patriarca. Ella le acercó una bolsa de plástico "Por si acaso le pasa otra vez". "Ya es demasiado tarde, ya ves que volvió el estómago sin que nos diéramos cuenta", comentó ya molesto el señor, quizá porque la plática había descubierto sus traumas familiares. Él no deseaba salir con sus hijas, no por el vómito, sino porque no tenía carro propio y su trabajo, cualquiera que fuera, era despreciable. Después hubo un silencio largo interrumpido por un "Si le pasa por favor". Me bajé en San Francisco.

miércoles, 1 de julio de 2015

Acto de fe

  Hacer las cosas mal se ha vuelto rutina en mi vida. Este punto de desfachatez raya en el descaro. Vengo a confesarme con el público que no pide nada ni da nada a cambio. Total, si yo me voy al carajo el mundo se despeña conmigo. Detrás de las pantallas más pantallas. ¿Por qué esforzarse el mínimo cuando se puede dar más de sí mismo? Ser mejor. ¿Mejor que qué? Mejor de lo que soy ahora. El ejemplo de los otros está ahí, sus triunfos se me embarran en la cara, el éxito para mí es papel de baño usado. Una negación como respuesta a la pregunta por el cambio interior. La virtud no es mi fuerte, estoy escondido en una alcantarilla y las ratas me abrazan. Ahora vienen a decirme que toque más, que lea más, que me haga responsable de los hijos que nunca tuve, que me cambie de casa, que pague mis deudas, que ame a mi prójimo, que perdone a los otros, que sea buena persona. Maldigo tres veces a mi progenitora: ¡Puta puta puta madre! Lo que quiero decir es que soy yo el problema. Estoy convencido de que el error es mi destino y no pienso cambiar.

Nomenclaturas

Protector de mascotas: mascotista.
Protector de zancudos: zancudista.
Protector de ratas: ratista.
Protector de animales: madre sobreprotectora.
Busca la igualdad entre los sexos: señor del transporte público.
Desea el matrimonio entre personas del mismo sexo: dueño del salón de fiestas.
Quiere educación para todos: fabricante de libretas.
Lucha por la paz en el mundo: el enterrador.
Hincaste una rodilla en la tierra, pediste perdón por los errores pasados, tus ojos brillaron de arrepentimiento. ¿No lo volverás a hacer? Es mejor que aproveches esta (¿última?) oportunidad, es tiempo de dejar de vivir como si la muerte no existiera. Que tu genuflexión sea sincera.

Heces

  Tenía la diarrea más hermosa del mundo, un poema de mierda aguada, las heces acuosas no eran flores pero tenían su belleza propia. El líquido marrón contenía pedazos de comida que se esparcían por la taza del baño en una explosión repentina, los calzoncillos estaban sucios y los pantalones comenzaban a colorearse. Dos rollos de papel fueron consumidos en media hora, él sabía que su obra requería un esfuerzo mayúsculo. Su ano estaba irritado, mas su espíritu se mantenía firme, había que sacarlo todo. Las deposiciones frecuentes estaban llenas de música contemporánea, ningún Jhon Cage habría podido igualar tales notas. Él llamó a su obra Popó Persistente. Murió de deshidratación.

Una despedida más

  Esa tarde, casi noche, vi como te alejabas en tu bicicleta, fue en la esquina de Madero con Nicolás Bravo donde me di cuenta de que había terminado lo que nunca se concretó. Yo seguí mi camino hacia Prados Verdes, los charcos me castigaron por ser un imbécil. Te veías como una biciclista muy triste, en bajada sentimental, cuesta abajo del amor, los del transporte público ni se enteraron, yo sí supe que te ibas. Digo biciclista porque a mí no me importan lo usos comunes del lenguaje y así es lo correcto, decir ciclista es una aféresis. Por cierto, tengo todavía el Diccionario de Retórica y Poética de Beristáin. En tus ojos las gotas de lluvia eran lágrimas, pero no llorabas, miento otra vez, lo único que vi fue tu espalda, es que imagino tantas cosas, tal vez sea mi manía de ficcionar. Es el consuelo que nos da el sufrimiento del otro, hace un poco menos doloroso creer que es proporcional el dolor. Tarde me di cuenta del error que cometí. Regresé a la casa que no es mía para torturarme con los recuerdos, la sensación de vacío en el estómago no la calmaba ningún taco, la ropa mojada era la marca de que sí había pasado algo, todo por no traer salpicaderas, ya sabía que no te volvería a besar (esos besos en los que me comía tu boca entera, mordidas tiernas, mordidas salvajes, lenguas desesperadas por explorar las profundidades del deseo). Es verano y las lluvias cada día son más largas e intensas. Si digo que estoy confundido por el clima no es para justificarme, esperaba un día soleado, éste era mi pronóstico. Tremenda tormenta interior y he olvidado el impermeable.