Esa tarde, casi noche, vi como te alejabas en tu bicicleta, fue en la esquina de Madero con Nicolás Bravo donde me di cuenta de que había terminado lo que nunca se concretó. Yo seguí mi camino hacia Prados Verdes, los charcos me castigaron por ser un imbécil. Te veías como una biciclista muy triste, en bajada sentimental, cuesta abajo del amor, los del transporte público ni se enteraron, yo sí supe que te ibas. Digo biciclista porque a mí no me importan lo usos comunes del lenguaje y así es lo correcto, decir ciclista es una aféresis. Por cierto, tengo todavía el Diccionario de Retórica y Poética de Beristáin. En tus ojos las gotas de lluvia eran lágrimas, pero no llorabas, miento otra vez, lo único que vi fue tu espalda, es que imagino tantas cosas, tal vez sea mi manía de ficcionar. Es el consuelo que nos da el sufrimiento del otro, hace un poco menos doloroso creer que es proporcional el dolor. Tarde me di cuenta del error que cometí. Regresé a la casa que no es mía para torturarme con los recuerdos, la sensación de vacío en el estómago no la calmaba ningún taco, la ropa mojada era la marca de que sí había pasado algo, todo por no traer salpicaderas, ya sabía que no te volvería a besar (esos besos en los que me comía tu boca entera, mordidas tiernas, mordidas salvajes, lenguas desesperadas por explorar las profundidades del deseo). Es verano y las lluvias cada día son más largas e intensas. Si digo que estoy confundido por el clima no es para justificarme, esperaba un día soleado, éste era mi pronóstico. Tremenda tormenta interior y he olvidado el impermeable.
miércoles, 1 de julio de 2015
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