La mañana tiene algo de extraordinario, es la sorprendente voluntad que nos hace seguir, continuar con la existencia no importando los problemas del día anterior, un sí a la vida a pesar del dolor y el sufrimiento, afirmación con la frente en alto aunque los pies estén hinchados, el verdadero pesimismo es positivo. El gallo urbano canta, la campana del basurero, los motores de los automóviles, los gritos de los vecinos. Una magia matutina que se esparce como el rocío; esas pequeñas gotas que se forman en las hojas de los árboles y caen sobre los indigentes que duermen en las bancas de los parques y las plazas públicas. Gente por todos lados camina con prisa, van rumbo a sus trabajos, frescos algunos; otros, cansados y sucios, regresan a casa para llevar a sus hijos a la escuela, si hay suerte quizá lleguen a descansar. Esta ciudad parece que se detiene por las madrugadas, pero no es así, sigue moviéndose, es como un vaso de agua, microorganismos en constante fiesta. Seis antes del medio día, las ambulancias y los transportes escolares esperan el verde del semáforo, los mercados ambulantes ya están terminando de montar sus puestos, la algarabía comienza, el mundo sigue girando aunque no nos demos cuenta.
jueves, 9 de julio de 2015
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