Hacer las cosas mal se ha vuelto rutina en mi vida. Este punto de desfachatez raya en el descaro. Vengo a confesarme con el público que no pide nada ni da nada a cambio. Total, si yo me voy al carajo el mundo se despeña conmigo. Detrás de las pantallas más pantallas. ¿Por qué esforzarse el mínimo cuando se puede dar más de sí mismo? Ser mejor. ¿Mejor que qué? Mejor de lo que soy ahora. El ejemplo de los otros está ahí, sus triunfos se me embarran en la cara, el éxito para mí es papel de baño usado. Una negación como respuesta a la pregunta por el cambio interior. La virtud no es mi fuerte, estoy escondido en una alcantarilla y las ratas me abrazan. Ahora vienen a decirme que toque más, que lea más, que me haga responsable de los hijos que nunca tuve, que me cambie de casa, que pague mis deudas, que ame a mi prójimo, que perdone a los otros, que sea buena persona. Maldigo tres veces a mi progenitora: ¡Puta puta puta madre! Lo que quiero decir es que soy yo el problema. Estoy convencido de que el error es mi destino y no pienso cambiar.
miércoles, 1 de julio de 2015
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