viernes, 17 de julio de 2015

Concursos

  Cuando estudiaba en el Colegio de San Nicolás (ya llovió) participé en un concurso de literatura que organizaba el gobierno del estado, era algo nuevo para mí y tenía confianza en las instituciones, pobre tonto. Veía con ilusión el premio en efectivo que ofrecían: quinientos pesos. De verdad que le eché ganas, para entonces yo había leído y escrito mucho, era un adolescente algo raro. Gané el triste segundo lugar: doscientos cincuenta pesos, es decir, perdí. El premio principal fue para una señorita que vestía minifalda y olía mucho a perfume. Se leyeron los cuentos ganadores y, como buen perdedor, sentí que mi cuento era mejor que el de ella, no tiene nada qué ver con cuestiones de género, recuerdo que su texto era una vil copia de la leyenda de la Llorona. Al año siguiente decidí participar de nuevo, sacarme la espina, como se dice popularmente. La misma señorita obtuvo el primer lugar y yo quedé en segundo, el doloroso ya casi. Otra vez estaba seguro que superaba con mucho a la ganadora. Mi relato se intitulaba La muerte y el escritor de plástico, era una crítica al mismo certamen en que el había sido humillado ya dos veces seguidas. Fui con uno de los jurados, un escritor michoacano "reconocido", y le hice saber mis inquietudes. Lo que él me dijo se quedó grabado en mi ser para siempre: "Sí, fue mejor tu texto, también el del año pasado, tienes razón, pero es que ella es hija de uno de los jurados, además es muy guapa. Tú échale ganas, después vendrá tu oportunidad". Me sentí de la chingada (véase El laberinto de la soledad de Octavio Paz), juré no volver a participar en ningún concurso. Así lo he hecho. El día de hoy veo los resultados de los premios de literatura que otorga la secretaría de locura del establo de Michoacán; varios conocidos míos resultaron triunfadores, bien por ellos. Pero notó que los jurados son los mismos ganadores de años pasados, un círculo vicioso que al parecer a nadie incomoda. A algunos de estos jurados los conozco bien y sé que tienen serios problemas de ortografía, por decir poco. Al parecer la regla es la siguiente: ganas muchos concursos, ergo, eres buen escritor. Luego, ya ganaste, ahora eres jurado. ¡Vaya criterio! Basta con que se lea un poco de la obra de los escritores "premiados" para enterarse de la calidad que contienen, hay excepciones, claro, sin embargo sigue siendo ridículo esto de los premios-apoyos que una institución (dudosa en todo sentido) otorga por algo que obviamente no trascenderá y que pocas veces está bien escrito. Un desperdicio de dinero. Lo mismo ocurre en la academia, léase "Cómplices del plagio" de Luis Fernando Granados. Yo llamaría a esto de los premios y los jurados, que son los mismos, "Cómplices de la farsa". Se me dirá que soy un resentido porque no he ganado nada, es cierto, no he ganado porque no he participado en el teatrito de los escritores reconocidos. Y sí, estoy molesto porque estos concursos son un robo y una pérdida de tiempo. Levanto la mano con una seña obscena, grito y escupo, digo lo que pienso, aunque lo que piense no esté bien visto. Me quedó con una cita del libro favorito de Peña Nieto: "Por sus obras los conoceréis".

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