No sabía qué sentir, qué hacer. O cagaba o abortaba, qué hacer en la espera, he aquí la disyuntiva, mi panza crecería como sandía, rima fea. Pensaba sentada en la taza del baño. Veinte minutos y contando, cronómetro de la desesperación. No me gusta la primavera ni el verano. Calor en las axilas, el bosque suda. Cuerpos que se separan, otros que van surgiendo de la nada. Novio urgente para pasar el rato, la masturbación aburre. El imbécil de Alberto no pudo aguantarse la eyaculación (Coitus interruptus le dije), él es el responsable, el irresponsable del conducto seminal. Y yo que lo creí eso de la eminencia en el sexo. Recuerdos como tortura. Alberto Molina el nombre del simio. De la Ciudad de México: Estudio ciencias políticas y también soy poeta. Escuché media hora de sus "poemas" y después le propuse desvestirnos. Que sí, que yo no necesito condón; domino mi esperma, manejo el control, así como hacen los samuráis en las películas de Kurosawa. Mil veces idiota, yo, otra vez confiando en los hombres y sus tontas referencias, anacrónicas e infantiles, que si el marxismo, que si Nietzsche. Retortijón y no sale nada. Quiero ser sincera, confieso: me gusta el pene, demasiado, pero me gustaría más solo, sin el estúpido paquete que lo porta, el armatoste sin sentido que se llama hombre. Sin él. Pene con patas, nada más. Cuerpo carnoso y venoso, rosado y palpitante. Ahora es ahora. Veintitrés minutos. Sin remedio y sin Alberto, no está, ya no está, nunca estuvo. Pobres de los hombres que no saben lo que tienen hasta que lo ven embarazado, huyen porque no saben enfrentar las consecuencias de sus actos. Calma. Relájate. ¡Hijo de su puta madre una y otra vez, y otra vez hasta que le zumben las orejas y se le hinchen los huevos y le exploten como granadas de Morelia! Todo esto es su culpa y ni siquiera me habla. El baño y la gotera. Yo. Sola. Embarazada y estreñida. No me baja y tampoco puedo descargar los intestinos. ¡Ah! Gases, pedos, flatulencias, niño o niña. Silencio que se rompe por los pensamientos piedras. Lo que engendro en mi panza, este error inevitable causa de la incontinencia seminal, se niega a morir, ya tomé las pastillas pero algo me dice que no están haciendo el efecto que buscaba. Me duele el estómago, esto de ponerle fin a una vida en proceso es muy difícil. Desesperación (por si las dudas: ¡ayúdame virgencita!). Movimiento interno, algo adentro llega a su fin. Pasan minutos como arena en la clepsidra. No, no es que no me gusten los niños, pero los disfruto de lejos, en visión panorámica. Mi madre dijo alguna vez que en su época era muy doloroso, instrumentos punzocortantes; ahora con el milagro del cytotec es más fácil. Duele, el dolor se quita con marihuana, eso comentó una amiga que es experta en estos trámites, también sirve el paracetamol con coca. Ya, está pasando. Siento el líquido y huelo el color rojo, algo explotó dentro de mí. Carmín espeso con grumos marrones. Al mismo tiempo, en el mismo instante, como si estuvieran de acuerdo ambas evacuaciones, la mierda sale de mí. Terminó por esta vez. Ser mujer es muy complicado, ¿por qué dios se habrá ensañado tanto con nosotras? Treinta minutos. Jamás lo haré sin condón, he dicho, lo juro.
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1 comentario:
Perrìsimo maestro. Algùn dìa que vi tus textos sabìa que ibas a llegar lejos, aunque eso de los doritos realmente no fue tan bueno. De hecho, aùn cuando sabes hacer porquerìa y media, incluyèndome mì que soy tu cuate (y por què no si eres capaz de hacèrselo a quén más confianza le tienes) está muy bueno este texto. Es la iconoclastia en su máxima expresión. Es esa puta manía de decirle a las cosas por su nombre. Muy bien joto
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