lunes, 16 de diciembre de 2013

Cine

  El cine es entretenimiento, crítica, exploración; el cine es un constante desdoblamiento de la conciencia, un espejo a veces claro, a veces borroso, una reflexión que se disfraza muchas veces de entretenimiento; sobre los diversos aspectos que atañen a la existencia, no sólo del ser humano sino del ser en general, el cine juega, se mueve. Es una ida y vuelta, un péndulo que jamás, desde que nació, ha dejado de marcar el ritmo de la sociedad. El cine es enseñanza, sinestesia pedagógica, pero también es perdición y tropiezo. Aprendemos a reírnos de nosotros mismos, y lloramos. El cine posee su propio lenguaje. Doctrina y aprendizaje, una línea fronteriza muy delgada que se rompe fácilmente, dentro y fuera del cine. Para introducirnos a esta diferenciación un ejemplo. Leni Riefenstahl realiza un documental-película en 1935, por encargo de nuestro amigo Hitler. El filme tiene el sugerente título de "El Triunfo de la Voluntad", puro proselitismo del partido Nazi estéticamente logrado. Un claro ejemplo del cine de propaganda, adoctrinadora cinta que nos hace estremecer. Sin embargo, con un poco de atención, podemos obtener una lección de este trabajo, enseñanza. Encontramos al cine como una herramienta para la movilización de las masas, ya sea positiva o negativamente, depende de la posición histórica que asumamos, hay que tener cuidado con lo que se desea. Recordemos un poco a Werner Jaeger: "Todo pueblo que alcanza un cierto grado de desarrollo se halla naturalmente inclinado a practicar la educación. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y trasmite su peculiaridad física y espiritual". ¿Qué película le queremos dejar a nuestros hijos que nunca tendremos?

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