De muerte me como un taco, informó el narrador omnipotente al público de los sueños castrados, sin cebolla, por favor. Las personas se suceden, cambian, las personas son abono, de la primera a la tercera, plural del singular, masculino del femenino que se pudre en la tierra. Los esqueletos no usan sostén, muchos menos pantalones. En esta ciudad hay catrinas burocráticas que no lo dejan morir a uno, dos, tres, cuatro, cinco veces me negaste, Piedrito. El gallo de la madrugada está parado sobre la lápida, es un epitafio con alas, pero no vuela. Narrador dixit con máscara de Hidra de Lerna: No me dejaron agarrar aire para mi bicicleta. De noche clara de huevo con luna negra, dos de noviembre montado en escoba, Goethe sin calzones escribiendo suicidios. Están a punto de darle un premio al cadáver de la literatura local, alguna salchicha alemana disfrazada de calabaza, siempre con factura bruja, petatearse de creatividad para ganarse unas horas de felicidad, zombis con cheques en la fila del banco. Rima forzada antes que robada, usurpadores de cuerpos metafóricos. Yo muero, tú mueres, él nos entierra. Lo fúnebre mexicano con su flor de cempasúchil, payasadas amarillas en los cementerios, el pretexto perfecto para embriagarse en las tumbas, orinarse sobre los abuelos ¿existe algo así como un reclamo metafísico? Descansar en paz, extraño eufemismo para la caída libre. Otras imágenes, algo menos mosqueado, verbigracia: la pierna cercenada de un diabético. Poe montado en un cuervo gigante que defeca sobre la negra ciudad, las luces se pierden allá abajo, mugre en el infierno, alcantarillas de cruces. Macario come guajolotes en estado de putrefacción, a nadie le da, es decir, sólo nihilismo rostizado. Los insectos viven poco, no disminuyen las muertes chiquitas, cucarachas, moscas, mosquitos, qué contradicción el No, una afirmación negativa envuelta en el periódico de ayer, el réquiem del sí, acepto. Porque de noche es la muerte y se casa con la incertidumbre. Muertos que están resucitando cada vez más en este escrito, cada vez menos tiene sentido existir, afuera hace frío. Debo parar, dejarlos, dejar los muertos, titubeó el narrador. ¿Es la muerte un juego de limón? No juegues con los huesos de la abuela. Número fatal el de la bestia que nos visita en este fin del mundo doméstico, cero uno ochocientos muérete ya, Jaime. Le ha llegado su calavera al total de relaciones en constante picada. ¡Fin de todo trabajo!, gritó alguien, y es que todo el sufrimiento no es sino arena mar que un niño pisa, el descanso eterno sólo es posible en la playa del olvido. ¿Vacío, nada es el vacío? ¿Quién lo vació? Calendario absurdo el de los narradores del tiempo. ¿Cuáles son las facultades del intelecto que intervienen en la imaginación? ¿Qué ocurre fisiológicamente cuando uno imagina? Y cuando uno muere, ¿seguimos imaginando al narrador? Mortis. Mono, mono supremo, también el mono supremo muere, memento mori. Respira, no nos dejes, Artemio, carga tu cruz. Y los perros mexicanos son muy pobres aunque las muertas de Juárez sean ricas en desprecios oficiales. La culpa está repartida. Caminaste mucho, abandonar el camino es una opción, perverso atajo. El jinete te llama, es tu hora marcada como en la teleología de las lágrimas, el fin de todos los fines es la coladera. Léase como una oración a medio día, hincado, pidiendo perdón. Guadalupe el Carnicero hará de ti algo útil, tacos. Guadalupe Posada fuma cometas mientras baila sones huastecos con la Flaca, muerte grabada, grabado, grabación mortuoria. La fotografía es el punto muerto en donde Roland Barthes se luce (antes de ser atropellado) y nos habla de la despedida de su madre. Entonces el movimiento, movimiento ubicuo, perpetua vela encendida, llantos en los rincones. Rendir culto a la Santa Muerte puede causar chilanguismo exacerbado. ¡Fin o truco! Aunque la muerte dé miedo, a pesar de su gélido abrazo, habrá que invitarla a cenar unos tacos de cochinada con su salsa de aguacate. Caducidad de una lógica en luto. Expirar en el último renglón.
martes, 21 de enero de 2014
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