Las rodillas le sangran y no le queda piel para seguir arrastrándose. Hombre que pide por su hijo con cáncer. Carga su imagen sagrada, mácula religiosa que algún artista venido a menos pintó apresuradamente. Ahí va hacia el altar, seguro de su esperanza, su nombre lo olvidó porque no somos nada y lo que importa son los vástagos. Los esbirros también le rezan a la virgen, pero no se sabe a cuál. Corruptos, violentos, ignorantes, de un gusto pésimo, su única premisa es el maquiavélico y malentendido dicho "el fin justifica los medios", por eso asaltan las tiendas y se hacen policías, cada veinticuatro horas besan a sus esposas. La justicia no alcanza para el padre pero sí para el refresco del poli. El ejecutivo que ejecuta. Ante al poder totalizante y totalizador el individuo está sujeto, amordazado, su única función es la simulación frente a las patrullas, el pasar como si nada hubiera pasado, "buenas noches jefecito". Tras el velo de maya se encuentra un cuerno de chivo y una paca de dólares. Algo apesta cuando el presidente habla, saluda a los agachados, les da su bendición. Seguirá pudriéndose por dentro, un inconforme aconseja: que se ampute los miembros infectados de pus demagógica, que se dé un balazo en la sien para que los diarios sean felices. El hombre hizo su ofrenda, el muchacho enfermo sufrió hasta la muerte, quizá un poco más. El policía ganó tres mil pesos que se gastó en dos horas, "la piedra los vuelve locos". El presidente no se murió, sigue vivo y amenaza con otro de sus discursos. ¿Será éste el fin?
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