Hojeando el libro de Tokarev, "Historia de las religiones" (Ediciones de Ciencias Sociales, La Habana, 1975), me encontré con una palabra que hace mucho tiempo escuché en una película de acción, ya no me acuerdo cuál era esa película, pero sí recordé el conjunto de morfemas y fonemas escondido en la memoria, la palabra resaltó en una de las hojas del libro caribeño, como si ella hubiera querido que la encontrara, me llamó, aquí estoy, dijo. "Escalpo", de donde se deriva el verbo "escalpar", arrancar la cabellera de alguien, no necesariamente muerto, para conservarla como trofeo de guerra.
¿Pero por qué me parece tan atractiva esta palabra además de lo fascinante que resulta quitarle el pelo al vencido? Porque desde hace unos días quería escribir algo acerca de esta reciente, pero no nueva, ola de violencia en México. Aquí en Morguelia, ciudad que soy, están de moda los asaltos, sólo esta semana han robado a cinco vecinos de la colonia Prados Mueres, colonia que soy. Cuando leí escalpo, pensé que no estaría nada mal quitarles el folículo piloso de la cabeza a estos seres tan detestables, así quedarían marcados por el crimen cometido.
¿Bajaría el número de asaltos en Prados Mueres con la escalpada como castigo? No lo creo, sólo veríamos a más pelones caminando por las calles. Luego, ¿qué hacer con los secuestradores, violadores, golpeadores, asesinos? Al tipo que golpeó a una mujer en la CDMX, después de haberla seguido en el Metro, merece que se le corte la cabeza, mínimo; ella describe, en un video viralizado por redes sociales, cómo imploró, cómo pidió clemencia y el delincuente no tuvo compasión, le dejó la cara molida y el interior hecho mierda, daños psicológicos irreparables. ¿Cuál sería el castigo adecuado para este "uei"? Podría ser la amputación de los dedos de los pies y manos o aplicarle el suplicio de los mil cortes que hiciera famoso Bataille en su libro "Las lágrimas de Eros". Deleitase la imaginación en la búsqueda de una venganza ad hoc.
¿Disminuiría con esto el acoso y los feminicidios? Considero que tampoco sería la solución, y aún así no se quitan las ganas de cercenar, de hacer sufrir a esos que nos hacen daño. Ojo por ojo, diente por diente, ¿violación por violación, matanza por matanza? Complejo el actuar de nuestra especie, el panorama en fata morgana, sin saber distinguir entre el bien y el mal que somos, el horizonte color sangre. Cómo castigar a quien ha hecho daño, esta es la pregunta principal. Y si después de este castigo, el ejemplo, siguen ocurriendo los mismos crímenes, ¿cómo detener la barbarie? La víbora se muerda la cola porque la víbora es cola toda ella.
Y a pesar del pesar, escalpar a algunos malnacidos dejaría satisfechos a muchos, ¡que corra sangre después de la sangre! ¿Estarían las víctimas complacidas con las entrañas expuestas de su captor? Habría que preguntarles, habría que preguntarnos tantas cosas. Yo, por ejemplo, me sigo preguntando con Camus si vale la pena vivir esta vida o es mejor saltar del barco antes de que llegue la inevitable ola.
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