jueves, 7 de agosto de 2014

  Nuestras voces barren y son la basura del entendimiento, nuestras voces son escobas de alambre dialogando con el gris pizarrón del suelo, hacemos negocio redondo con Orfeo descompuesto, pepenamos sus restos putrefactos recogidos del infierno. Hablamos, cantamos, zapateamos, tocamos instrumentos y hasta poemas componemos. Gracias a las estruendosas soluciones de la industria inteligente de lo humano, avanzamos vibrantes por la oreja de un dios sordo, o que se hace el sordo. Maldecimos con voz grave al creador por esa paz engañosa de la nada. Le reclamamos con los altavoces de nuestro rencor, un eco del carajo, una frecuencia vengativa. Guardamos el silencio y ni dormidos nos callamos, le roncamos al nosotros un discurso laboral, temblamos "ante la calma de la calma" de la boca sin moscas. A balazos festejamos a los difuntos, el sonido de la muerte es fuerte y despierta a los vecinos de la ausencia. Porque el nacimiento nos lo arrancaron a gritos, un río de murmullos desbordado a cachetadas, seguimos subiéndole el volumen a nuestro claxon de garganta.

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