La percusión es considerada por muchos como uno de los primeros instrumentos musicales que la humanidad descubrió y desarrolló, alguien en algún momento tuvo la feliz ocurrencia, o idea (¡vaya usted a saber!), de golpear una piedra contra otra, aplaudir, patalear, tamborilear con los dedos e incluso destazar a algún compañero o enemigo para elaborar aquellos míticos tambores de piel de hombre o mujer; antes de ser melódica la voz seguramente fue utilizada como una secuencia más o menos rítmica que acompañó a las primeras fiestas alrededor de una fogata, en fin, repetición y coordinación como elementos claves de la percusión.
La cosa no es tan sencilla como parece, ya que gracias a su antigüedad las percusiones tienen una tradición móvil que las acompaña, un desarrollo técnico que cada ejecutante le ha impregnado a tal o cual instrumento, a su historia, hasta llegar a la innovación constante que, aunada a las nuevas tecnologías, complejiza el asunto, un ir y venir de lo primitivo, primero, a lo contemporáneo.
El tambor que suena en Guinea, Cuba, México, Japón, España, se renueva y se alimenta en pulsión vital que va más allá de cualquier frontera. Porque ¿qué es la música sin el elemento percutivo? En la tradición occidental ha tenido una incursión tardía pero importante, Wagner por ejemplo. Durante años los compositores estuvieron renuentes a utilizar la percusión en sus obras, quizá debido a la creencia de que sólo la melodía y la armonía estaban conectadas con lo divino, la percusión, en cambio, remite al cuerpo, a lo satánico, al reino de este mundo. Había, y quizás haya todavía, una aberración generalizada hacia lo terrenal por estas sinrazones, la tonta pelea de lo eterno frente a lo perecedero, sin embargo hubo un momento en que ya no se pudo evitar la incursión de la percusión en la música clásica, pues es imposible entender lo infinito sin tomar en cuenta lo finito. La percusión se fue metiendo poco a poco en lo clásico, como pasó con el la noción del cuerpo en las teorías filosóficas, en la religión y en la política.
Morelia, conflictiva ciudad, ha visto nacer a muchos ensambles de percusiones, dichas agrupaciones son: Zarahuatos, Kandumba, Popochtli, Purembe D’jembe, Olubatá, Folikanuya, entre otros. Estos colectivos tienen diversas raíces pero principalmente se deben a la tradición africana, específicamente la cultura Malinké. Folikanuya es un grupo de danza y percusiones africanas que está dirigido y coordinado por el músico multiinstrumentista Jorge Pointelin. En sus interpretaciones e improvisaciones se encuentran elementos que es importante resaltar, el trabajo en equipo es uno de éstos, coordinarse para lograr un fin que alimenta al espíritu de lo humano, porque como dijo alguien “la música tiene un plan” y es un plan comunitario.
Otro elemento a resaltar es la polirritmia, la posibilidad de escuchar al otro con atención e interactuar con él, conversar en la música a través de varios discursos amalgamados, porque la mayoría de veces ignoramos a los otros, y no sólo en lo musical, hay que aprender a conjuntar nuestras ideas y darles coherencia y consistencia con las de los demás.
Folikanuya, ensamble de percusiones que lucha con sus armas por un mundo en el que se pueda bailar y reír, que se acabe de una vez por todas el discurso vacío de los políticos arrítmicos y que suene el tambor, la danza del compartir. ¿Repercutirá la percusión en nuestros corazones?
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