Desgraciado soy, eso mero. Es somero mi compromiso con la vida, un charco no sólo poco profundo, sino apestoso. Un pez feo, pero comestible; el hocico chato, las espinas en mi espalda, escondido en el fondo de algún mar provinciano. Refugiado en la casa que no es mi casa, que nunca será mía, jamás tendré algo propio porque el banco ya le ha clavado el diente a la poca comida del plato que me prestan. Abro el refrigerador de mi haber sido, ya todo está descompuesto, pasado. En la alacena de mis recuerdos sólo tengo un frasco de vidrio, vacío, por cierto. Me siento en la silla que chilla, me recargo en mi brazo (espero que éste sí sea mío). Introspección del tropezón existencial. Dejé a hijos sin padre, sin abrazos, ni siquiera un regaño para darles. Rompí los condones porque mi miembro es de cerdo, el sexo me gusta para decir adiós. Tengo la marca y no está registrada, la maldición en mi sangre nada, lo único positivo que traigo es la enfermedad. Los hermanos y hermanas se han encargado de extender la peste de nuestro apellido. Mi madre abandonada de mí se emborracha en las cantinas, hurga en las braguetas de los borrachos, busca amor y sólo encuentra propinas. Y el padre del padre irresponsable que soy huye, otro paria mal parido, concatenación del odio, árbol de la metástasis. Sin embargo, me muevo, arrastro treinta y tantos años de crítica sin auto, voy en bici y todavía no la he pagado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario