miércoles, 7 de mayo de 2014

  Esta casa está habitada por personas feas que gritan gacho, gritos para decir, gritos para no decir, gritos para el acervo de la vecina de la chancla rosa que se asoma por la ventana discretamente. Es una correspondencia de chingaderas que salpica al que va pasando, y yo paso, un ir y venir de lugares muy lejanos, del mí al me aguanto, te lo confieso, también hay cucarachas. Ahora estoy aquí, no te confundas, no es una canción, estoy encima de la mesa, las patas sobre la mesa, el culo sobre el mantel. Ojo con lo que se cae, me digo, y veo al maestro Garcés que está esperando su comida, ya lo saqué a pasear, me mira con esos ojos de hambre, los mismos ojos lagañosos de este país basurero, antropomorfizar las naves. El estado es un monstruo y se llama Juan Jacobo Leviatán, alias "El Rosado", y también está esperando su comida, sus croquetas, me ladra tan agudo que le doy con la anacrónica porra. El campanero vuelve a anunciar el paso redoblado del aseo público, me doy cuenta de que no dejo de hablar de la basura, la campana silencia los gritos de la familia que se arranca los ojos, me doy cuenta también: uno-cero-uno-uno-cero. Prometeo y su amigo el cuervo conducen el camión que tritura el fuego que ya no sirve, el estruendo no lo aguanto. Estridencias en mi cabeza, motociclistas en mi mente, hijos míos, no sean tan escandalosos.Y esto escucho, como una canción que no. Me confunde mi relación con el basurero, fenomenología del deshecho que se debe analizar con el detrás de uno, yo pongo la basura y él se la lleva. Muy difícil que pueda tener una casa, una casa de cera, que se derrita cuando yo muera de viejo, porque ahora parece que tengo veinticinco, pero que nadie grite, piano, Pianissimo maestro Garcés, no ladre, ahí le va su masilla Robocop para los vidrios de su hambre. Un terreno tuve y lo vendí, lo perdí porque soy de esas personas que se drogan y le quitan el pan de la boca a los hijos para comprar mierda que se pone en una pipa de vidrio y luego aspiras, lento, el humo blanco que te patea el cerebro, fútbol de neuronas. Confieso que no he leído a Pablo Nervudo, sí, nervios y una canción de primavera lluviosa, porque me gusta cuando callas y no estás gritando y te alzas como ola, gaviota reflexiva sobre el mar pacífico, tormenta se aproxima y suena, ya la oigo, escucho, tenso, atención. Los programas del gobierno incitan al ruido, al revolvedero ontológico, charcos representativos que me tienen ahogado de deudas con los decibelios españoles, ya no alces la voz, está muy alta y no alcanzo el interruptor del cállate. Lázaro Cárdenas es un puerto ruidoso, se llama Lázaro porque se levantó y anduvo con gonorrea y al tercer día compro penicilina, también gritó, porque el grito es el lugar común de esta bola de palabras estambre. Pero no importa tanto, al menos que me quedé sordo en el viaje y ya no te vuelva a ver con mis oídos, mis orejas grandes de lobo feroz. Soy de Morelia pero Alí dice que es Bombelia y yo digo que sí, pero sin gritar, tranquilo morro, ayer hice las paces con una paloma que había abofeteado, tiene que ver con violines, que no callen los violines. Nací para escuchar y tengo un dedote. Rodé por el mundo hasta que me detuvo Carlos. Emilio Uranga trabajó en mi tortería y se quedaba con los cambios, en las horas de trabajo se la pasaba platicando con el mexicano, pura filosofía del relajo. El embargo de los gritos llegó a tiempo, con un poco de sabor amargo lo dulce es más sabroso. Esta risa es de nervios porque todo me lo invento y en ningún momento se ha escuchado el silencio.

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