En estos últimos meses he estado muy cerca de la literatura local y nacional, no sé si sea bueno o malo, correcto o incorrecto dicho acercamiento. El motivo, o pretexto, de esto ha sido el diplomado en creación literaria que la secretaría de locura estatal y el INBA organizan. Asisto a éste porque no tengo trabajo y puedo disponer de algunos días al mes para hacerme pasar por escritor con trayectoria, además de que es una labor antropológica que desde hace tiempo quería realizar: estudiar a los escritores en su hábitat. La inercia de dicho diplomado (yo diría más bien cotorreo literario fársico) provocó que haya conocido a gente muy capaz que se toma la literatura como algo serio y no simplemente como una alfrombra roja. Juntos con estos últimos organizamos un encuentro de literatura que se llamó Librósfera. Ahí conocí a más escritores de varias latitudes intelectuales. Lo que provoca mi asombro es que sólo una parte muy pequeña de estos literatos se preocupan por lo que acontece en el país, en el estado, en la ciudad de Bombelia. Es triste leer sus textículos y darse cuenta de que sus preocupaciones, sus temas, son tan dispersos y sin contenido, como si en México, y en el mundo, no pasara nada; pareciera que estos escritores viven en otro planeta, colgados de las tetas de la imaginación, lastimando a las musas. Digo triste porque creo que la palabra lo modifica todo, el verbo hace aparecer las cosas, vemos lo que antes ignorabamos, nos sabemos y nos comprendemos. Por supuesto, la palabra denuncia, señala al culpable, hace que nos demos cuenta, conmueve al vecino. Tampoco es que yo sea un luchador social empedernido, tomo distancia, es cierto, para entender los problemas hay que observar el horizonte desde la perspectiva más amplia que se pueda. Trato de ser sincero, mis pretensiones no van más allá del compromiso que tengo con la gente que me rodea, principalmente conmigo mismo: escribir, para mí, es un placer pero también un deber ético. A veces la riego y digo cosas que no, entiendo que soy un ser perfectible, jamás perfecto. Respecto a mis "colegas" siento una gran pena, porque cuando le dan un premio a alguno de ellos corro a leer el texto premiado, entonces pienso que hay un problema con los jueces, con los que participan, con este teatro absurdo de la competencia, me da lástima saber que el ego de un escritor crece porque le dan unos miles de pesos y no porque su texto haya calado en el sentir de alguien no especializado, por ejemplo: cuando una señora desconocida te lee y con lágrimas en los ojos te dice que eso que escribiste le pasó a ella, entonces un gracias de oro vale más que el cheque de la institución. Ningún premio se compara con esto. Claro que si yo quisiera ganar premios tendría que participar primero en los concursos, sin embargo no lo hago, me abstengo. Los poemas-cuentos-novelas-ensayos ganadores me parecen, la más de las veces, insulsos, como comida sin sal. Como dice la canción "hay que tomar partido", por supuesto que no me refiero a los partidos políticos, los cuales tienen que desaparecer lo antes posible, me refiero a la situación que se nos viene encima, la aplastante realidad devoradora de ilusiones. Y luego están los escritores "consagrados", los maestros, que vienen a "provincia" para darnos un poco de luz, y para mostrarnos sus traumas, sus enfermedades disfrazadas de buen gusto. Pobres de ellos, no tengo más palabras que decirles, al final parece que ellos las tienen todas; allá, no muy lejos, la vida les tiene preparado su regalo. Gracias a éstos y a los otros por mostrarme lo que no debo ser y hacer.
lunes, 12 de enero de 2015
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