El dinero no alcanza para las cosas que quieres hacer, ni para las cosas que quieres comer. El depósito bancario que remunera tu servidumbre se evapora a pesar de que es otoño. Los impuestos a todo, nada por favor siempre por la fuerza. Llega el fin de semana antes de la quincena y cuentas los pesos que te encuentras en los pantalones sucios: nueve. ¿Para qué alcanzan tus ganas, qué compras con ellas? Tu amiga te pregunta por algún trabajo, algo más o menos digno. Sabes que cualquier recomendación es impresentable. La farsa laboral del contrato a corto plazo, el decir sí aunque por dentro digas carajo. El diario comentario gracioso, el apurarse, la espera de la hora de salida. Los mismos rostros hoscos que se agolpan por un poco de aire a las tres de la tarde, el cigarrillo relajante y el café aguado que se enfría como tu alma. Enajenado te acercas a la oficina del Jefe (uno de tantos tontos), pides un aumento a lo imposible, "ya veremos", te responde. Así pasan los días con sus conflictos, te consuela la miseria ubicua, al menos tienes algo para pasar el rato y la saliva. Si pudieras, si tan sólo tuvieras un poco de dignidad, te resignarías, pero no, te gusta sufrir, revolcarte en tu miseria y escribir lo que te pasa. ¿Quién te paga por decir tanta mamada?
domingo, 27 de diciembre de 2015
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