Contaste el cuento que nadie se sabía, contra todo pastiche de pastiches, lo lo tuyo era original, único, lo contrario del lugar común, del remake. Causaste tormentas como aplausos, sonrisas de las chicas, cervezas de la barra. Al terminar el alud de las felaciones virtuales, cuando la algarabía de los impotentes literarios cesó, un señor se te acercó y te cuestionó: "Disculpe, ¿sabe usted lo qué me ha provocado con su lectura? No me conteste en la inmediatez, mire mi rostro, piénselo bien." Te quedaste sin habla, cosa rara para un escritor, la imagen de aquel señor, arrugado y mal encarado, era la contradicción de toda felicitación. "Me imagino (dudaste y arrastraste las vocales) que no le agradó, ¿es así? Puedo entenderlo, incluso Borges tiene detractores." Fue ahí que notaste que aquel señor arrugado, medio ciego y encorvado era Jorge Luis, Te echaste para atrás, asustado, como en un acto de defensa, sabías del Episodio del enemigo, del juego de espejos, de las bibliotecas inventadas, el argentino podía estar armado, o peor, tenía la capacidad de encerrarte en un laberinto. Saliste corriendo del lugar, la gente te miró extrañada, hubo alguien que mencionó la palabra performance. En tu carrera, hacia quién sabe dónde, recordaste el hurto, el plagio, sí, habías robado ese cuento, sí, se lo habías robado a él, por eso regresó, para reclamar lo que era suyo. Entonces detuviste la insana carrera, levantaste tu rostro al cielo y pediste perdón, pero ya era demasiado tarde. En la tertulia Borges volvió a contar el mismo cuento, hubo más aplausos que la primera vez, más cervezas y sonrisas. Lo que ya no hubo, y no habrá sino con engaños, fue otro Borges.
domingo, 27 de diciembre de 2015
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