Quizá la relación más tortuosa que he padecido es la que tengo con mi padre. Hay un sentimiento extraño, o sentimientos encontrados, hacia él. Lo quiero mucho, por él estoy acá, en esta cosa llamada mundo, cuando fui niño me protegió y, tengo que aceptarlo, me enseñó cosas; el otro lado, y éste es el que me preocupa, se manifiesta por un profundo rencor que a veces se convierte en odio. Al igual que todos los seres humanos la vida de mi padre está llena de tropiezos, malos pasos que terminaron por arrastrarnos al hoyo a toda la familia, puedo comprobarlo en cada uno de mis hermanos y mi madre, en mí mismo (impropio). Los psicoanalistas, católicos y otros engendros sociales, dirán que tengo problemas, quién no los tiene, me recomendarán terapia y algunos barbitúricos, rezos y genuflexiones; no creo en la estulticia profesional ni me interesa mantener a los parásitos del dolor. El punto va más allá de lo consejos que caben en el recto del olvido, tiene que ver con el enfrentamiento de mi origen, del lugar del que provengo, bien o mal. Es como una cuerda floja por la que atravieso, amenaza con reventarse y no lo hace, continúo torturándome y sintiéndome culpable por algo que no comprendo, el vértigo es diario, no me aviento porque abajo es muy oscuro. Esto me debilita, me quiebra, el funambulismo existencial no es lo mío. pero sigo vivo. Llorar para nada hace bien, sólo gasto mis fluidos mientras sigo tambaleándome sin caer. Alejarme ya lo he hecho, sin embargo, en la distancia, sigue existiendo este malestar interior que carcome mis entrañas, la ansiedad consuetudinaria que se manifiesta en mis manías, falta algo por solucionar, falta algo y no sé qué es. He hablado con él de mil maneras, casi casi he inventado un código para que no se sienta agredido por mis palabras. Falló todo intento por redimir lo desconocido, lo que soy, terminamos por insultarnos: soy un grosero, agresivo, asesino de niños (aborto), malagradecido, candil de la calle, inmoral, mal hijo, sobre todo mal hijo. Él sólo es mi padre, porque juzgarlo, estoy entendiendo, es juzgarme a mí; el problema soy yo y la persistencia ontológica que me acontece. ¿Qué he de hacer padre para no seguir en guerra contigo? Esta pregunta, más que retórica, es triste, lo es porque no tengo respuesta y desearía, sinceramente, que él fuera feliz.
domingo, 27 de diciembre de 2015
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