Dejé los frijoles en la lumbre y ahora toda la casa huele a flatulencia, ¿hasta cuándo? Y es que estoy harto de estos hongos en mi sexo, del ascenso que no llega, traigo la culpa flotando desde el Bósforo. La darbuka suena porque llorar no puede; hice una lista, ya llevo quinientos cadáveres de niños anotados en la libreta. Escribo a mano, apesta a rayos. Es el olor de lo absurdo y cotidiano.
lunes, 8 de agosto de 2016
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