Carlos Montemayor (1947-2010) pisó tierras michoacanas varias veces, aquí tenía lectores y amigos. Estuvo en el CCU de la UMSNH para dar una conferencia sobre las lenguas madres, circa 2002; también compartió sus ideas combativas en la Facultad de Filosofía “Samuel Ramos”, cantó en el Centro Histérico de Morguelia, caminó las angostas banquetas y las calles meadas, no se sabe si comió gaspacho, pero, eso sí, pidió discreción a la concurrencia atenta.
Esclarecedor y contundente, defendió el lenguaje, la casa del ser (Heidegger), expresó que el habla de los indígenas (los originarios) “no es un dialecto, es lengua madre”; su crítica social y el profundo conocimiento de la historia hizo de Montemayor un intelectual comprometido con su tiempo y con el porvenir, con los desposeídos (casi todos) y con el pensamiento humanista.
Entre su obra sobresalen, porque sí, “Finisterra”, “Cuentos gnósticos”, “Minas del retorno”, el “Diccionario del Náhuatl en el español de México” y la novela histórica “Guerra en el paraíso”. Carlos Montemayor reconstruye el surgimiento, punto álgido y debacle del Partido de los Pobres, uno de sus protagonistas es el maestro, vilipendiado como todos los maestros, Lucio Cabañas.
Impresiones, anécdotas, el vestigio palpitante, varias personas radicadas en Michoacán que conocieron a Carlos Montemayor comparten parte de aquellos recuerdos, la persistencia de una memoria colectiva.
Gaspar Aguilera Díaz, quien es de Parral, Chihuahua, al igual que el autor de "Guerra en el paraíso", comparte lo que sigue: “Carlos Montemayor, personaje imprescindible de la cultura y la literatura mexicana contemporánea. A su tarea como excelente narrador y poeta se une la de traductor ensayista y periodista, generando grandes aportes al conocimiento, la divulgación y valoración de la literatura primigenias”.
“Sus novelas trascendentes como Mal de piedra o sus relatos conmovedores y dramáticos como Guerra en el paraíso -sobre la guerrilla en México- con el que se hizo acreedor al premio internacional Juan Rulfo que se otorga en París, Francia; y destaca también su labor de espléndido traductor de los poemas de la poeta griega Safo de Lesbos”.
Continúa el poeta: “Estuvo en Morelia en varias ocasiones con motivo del Encuentro de poetas del Mundo Latino que se llevaba a cabo en esta ciudad entre 2002 y 2012, así como para divulgar y compartir sus valiosas investigaciones y compilaciones de la literatura de los distintos pueblos indígenas del país. Si bien su principal pasión fue la Literatura, recordamos también su devoción por la música clásica y el bel canto, recuerdo que alguna vez en el Hotel Virrey de Mendoza, después de una brillante conferencia sobre la novela histórica, nos deleitó a un grupo de amigos, cantando algunas zarzuelas y arias de ópera, acompañado por el pianista del bar y en otra ocasión conversando sobre el compromiso del escritor me comentó que como tal, era necesario involucrarse como intelectual y ciudadano en los movimientos sociales de México a propósito del Movimiento Zapatista del EZLN, por lo que escribía análisis críticos al respecto, que publicaba en el Diario La Jornada, por ende toda su trayectoria nos queda como un contundente ejemplo de congruencia y generosidad”.
Ulises Vaca, sobreviviente y facilitador de las humanidades, lo escuchó en la Facultad de Filosofía, así relata el encuentro con Montemayor: “El auditorio se atiborró en un instante, yo me encontraba sentado en el jardín cuando Carlos se asomó cargando un saco, un contoneo de lo más relajado, atento y devolviendo el saludo a todos. Sonrió al escuchar una melodía que salía de la guitarra de un compañero de la facultad. Una vez adentro, en la segunda fila, escuché una reflexión acerca de los pueblos indígenas, primarios, comentó Carlos. Una suerte de charla anecdótica devino la tarde, entre los espectadores y escuchas se encontraba el Dr. Luis Villoro, quien también murió unos años después de la muerte de Montemayor. Se detuvo, y de manera atenta solicitó a los presentes apagar cámaras y grabadoras, pues lo que iba a decir no debía ser registrado. El misterio fue revelado, lo que dijo, refiriéndose a Villoro, fue: Se necesitan huevos para bajar al infierno, y usted los tiene”.
Por último, Rocío Martínez también hurga en la memoria, la actriz, escritora y activista da a conocer lo que sigue: “Yo lo conocí gracias a Gaspar Aguilera, tomamos una copa con Carlos en el (hotel) Virrey de Mendoza, a Montemayor le gustaba cantar ópera, le pidió al pianista le acompañara y cantó Amapola, era un coqueto, me enseñó que al leer debemos visualizar las imágenes, pues esto apoya la expresión de las palabras, persona sabia, inolvidable”.
Que la palabra de Carlos Montemayor sea remanso en los rápidos del sufrimiento.
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