Tengo miedo de que las noches estén llenas de policías ojos que brillan en la oscuridad, policías gato uñas largas que maúllan mi nombre en las azoteas (afirmativo tres veinticuatro), policías guardia romana que le queman las patas a mi águila que cae, policías estadounidenses que electrocutan a los negros y yo tan moreno, policías federales que le disparan a quemarropa al pueblo y no quiero morir tan joven, policías privados del estómago que no cagan, seguridad púbica pues la panza les tapa el sexo. Ramón me dijo patadas en el culo, veo a las estrellas parpadear mediocremente mientras el bardo quiebra el silencio de tantos crímenes, estoy en la cama sin querer apagar la luz, me rebelo al cuarto de fotografías con sus luces rojas a la Blow-Up, no revelo nada, mi cámara es digital y mortuoria. Tiemblo cuando pienso en los garrotazos que me darán sin que pueda verlos venir, fantasmas con gas pimienta, capuchas, cuernos de chivo, calaveritas sin dulces, tras cada golpe un grito mío; no tengo nada en contra de los esbirros, creo que todos podemos ser amigos, ir al cine y comer palomitas aunque estén más caras que la carne. Sudo frío porque nunca será así, ignoro cuáles películas son las de moda, además la mala ortografía de los periodistas impide que pueda descansar en paz, tengo la espalda llena de erratas, las doce madrugadas de mi cárcel están infectadas, se me antoja y quiero comerme mi propia pus, no alimento al monstruo del rencor, los perdono mientras veo como una rata carga una rebanada de pizza y pasa entre las rejas, ¡a la mierda el sistema penitenciario! Luego el roedor me muerde como yo muerdo la sábana, porque es lo único que sé hacer, imaginarme cosas cuando estoy sin camisa y desvelado.
Fotografía de Lucía Rodríguez Montes
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