lunes, 27 de octubre de 2014

En la mañana me pregunto:

¿Cuándo arderán todos los palacios de gobierno?
¿Quién cortará las cabezas de los partidos políticos?
¿Qué enfermedad incurable caerá sobre los falsos líderes del mundo?
¿En dónde se enterrarán los cuerpos de los militares asesinados por el odio colectivo?
¿Cuántas vidas son necesarias para que la dignidad exista?
¿Cómo se consigue la paz sin armas?
¿Por qué se ha secado el río de las esperanzas?


Tantas preguntas tontas que hago, otras tantas respuestas aparecerán, lo que diga o cuestione no importa. Lo que importa es llegar al cine y disparar contra los espectadores despistados, o aventar granadas en las celebraciones públicas, o secuestrar camiones y enfrentar a los tontos policías que tienen miedo que los despidan, por eso son violentos; o envenenar a mis pequeños hijos antes de crezcan y se den cuenta de que esto está podrido, o esperar a dios, sí, al dios vengador que salvará a su pueblo; o suicidarme y dejar una carta en donde responsabilizo a mis padres por haberme dado la vida.

Jamás haría algo así. Mejor me voy a trabajar, si llego tarde a la oficina ya no alcanzaré café. Y las galletas, sabrosas galletas de chocolate que pagan mis impuestos.

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