Hace rato me encontré con un adulto mayor (eufemismo harto mamila) caminando en la calle, bueno, no caminaba, arrastraba lentamente los pies apoyado en su andadera, y no era tan adulto, le calculé unos 58 años, nada más que muy vividos. Se me vinieron a la cabeza muchas imágenes plagadas de rucos, esos que chochean antes de tiempo. Más allá de si los respetamos o no, de sin son sabios por el sólo hecho de haber vivido más, o de las pensiones que reciben y que nosotros jamás veremos, caí en la cuenta (geróntica) de la relación que tengo con ellos, relación que es de tolerancia y respeto; ¿por qué tengo tantos amigos de la (casi) tercera edad? No soy el mismo de hace diez años, y no lo digo heracliteanamente, me cuesta más trabajo, huevos, recorrer los cinco kilómetros de bicicleta que antes hacía como si el mundo fuera mío, ya no me la pelan todos, ahora veo a los de 18 con algo de envidia. Hoy, cuando los trabajos y las becas son para los menores de 35, uno se puede considerar pasado de moda a los 55, saquen sus cuentas. Obviando las fallas técnicas, físicas, pienso en mis amigos mayores de 50, en su actuar con los otros, yo soy parte de los otros. La mayoría de ellos son muy necios, reacios, no sueltan prenda, es lo que ellos dicen y se acabó; difícilmente aceptarán que han cometido un error o que la información que tienen no es suficiente para entender el mensaje en una conversación, discusión o simplemente para ponerse de acuerdo qué bebida comprar, por ende, al momento de establecer un diálogo, el equívoco es el que gana, dudan no por socráticos sino porque los jóvenes son pendejos por principio. Me doy cuenta de que esto me pasa a mí cada vez más, quizá en menor grado, pero me pasa, estoy creciendo, o sea, me estoy descomponiendo, proceso natural irreversible (los cuarentones se desgarrarán la camisa). Tener la última palabra, el yo sé, ya me la sé, en mis tiempos esto y aquello, también fui reventado, etcétera del segundo aire; éste es el infinitivo imperativo y sistema decimonónico que rige el actuar de los 'señores grandes'. Y digo señores porque regularmente las mujeres adquieren una aire de ternura que les da el incremento de los años, la abuela no es lo mismo que el abuelo; ella es cariño, él todo honor y conocimiento. Son los varones los que no entienden razones aun sin andar en la borrachera, o en otras palabras, son ellos los que tienen toda la razón aunque estén equivocados. La mía es otra de las viejas opiniones que pasarán inadvertidas, que serán olvidadas como los ancianos del rincón.
sábado, 6 de febrero de 2016
Viejas opiniones
Etiquetas:
filosofía de ancantarilla,
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Histeria histórica
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