No me alcanzarían las palabras para nombrar todas las injusticias del mundo, tendría que estar escribiendo el día entero, cada minuto, cada segundo. Y después vendría la pregunta ¿para qué tanta letra amontonada? Yo también he dañado a los demás: insulté, peleé, robé, maltraté, engañé a los amigos, familiares, a la personas que amo, a veces sin razón, sólo por ver sufrir a los otros. Si por algo me indigno ante los asesinatos ocurridos no es tanto porque me pueda tocar a mí sino porque yo puedo hacer algo parecido, este malestar es hacia adentro, contra las profundidades de lo que soy; tengo la (dis) capacidad de estrangular a alguien, poner una bomba en un aeropuerto o violar a una niña, por terrible que suenen estas violentas sílabas la maldad es parte de lo que somos. La miopía moral nos lleva a cometer actos estúpidos, la creencia ciega en algo (religión, política, deportes, etcétera) nos motiva a la destrucción, es cierto; pero otra parte vive en mí, en ti, en él, espera cualquier pretexto para activarse, es esto lo que me da más miedo. Esta gente que comete los actos que hoy todos aborrecemos son muy parecidos a nosotros, no creo que se les note a simple vista lo criminal. Recuerdo los personajes de Sade: filósofos, sacerdotes, científicos, empresarios, y también pobres, porque ser desgraciados no nos hace mejores personas. El mal es posible y hasta deseable, ¿por qué?
sábado, 7 de mayo de 2016
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