Dame el pie derecho para comenzar esta historia que de hecho y pensamiento comenzó en el instante de la creación creadora y creada, cuando el principio no era límite sino generación de horizontes amalgamados, unidos como cadena, referencia, saxofón, flauta, tacos, fútbol, pobreza, espíritu. Extiéndeme un oficio donde vaya tu mano, fírmalo, te espero el lunes a las seis. Ningún texto está terminado, el único exterminado es el fin. Coopera con tu idea. Imperativamente te doy los enunciados proposicionales y tú pagas la cuenta. Las órdenes pueden no tener acentos, con las quesadillas pasa algo parecido, aunque lo parecido es gradual, como el día en que te vi nadando en la calle, recuerdo que fue el mismo día en que la Real Academia de la Lengua se trababa. Para recordar he tenido que viajar en el mí mismo del tiempo.
El íncipit estuvo ahí, arriba, en el supra etimológico, en el ser que permanece en el apuntalamiento del recuerdo. Recuerdo que tal cosa, recuerdo que tal día, recuerdo a las sirenas, sus voces acariciando mis rodillas, la piel se erizó y un lanchero se comió mi adentro.
Es muy difícil terminar bien, la mayoría de las veces te he visto dando saltos para no pisar tu cola, saltos forzados, de los sin ejercicio, sin estilo, carentes de toda traza, pesados, los cuernos te pesan y haces como si fuera aureola lo que tienes en la cabeza. Pero tenme paciencia, porque tú y yo estamos escuchando las bombas, los balazos, los gases del otro. Dame el pie, la mano, la risa, dame las gracias y las despedidas, quiero que me entregues a los conceptos puros, el fuego del infierno, la maldad de los violines, te exijo un sí sin ceros, un sí a secas, una afirmación sin cifras ni condiciones.
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