Se dio cuenta de que sus amigos únicamente lo eran por su dinero, entonces la amistad para él fue cuestión monetaria. Gastar o no gastar, si no gastaba no tenía compañeros, si gastaba su popularidad se hacía notar y las sonrisas y los abrazos, el sexo, las copas y los cigarros de guerra. Un día, o una noche (qué importa el sol, qué importa el no sol), quemó toda su fortuna, y con su fortuna se fue el simulacro. Ahora sí, él tendría amigos de verdad, que lo quisieran por lo que era, pero en este mundo eres lo que tienes y él ya no era nada porque nada tenía. Así termina esta historia, la moraleja es la siguiente: Este mundo material es el único que tenemos, hay que ahorrar e invertir en amistades de media noche.
martes, 1 de abril de 2014
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