Guillermo Portillo Hofmann nace en el Distrito Federal, asfalto fértil y sagrado, la fecha exacta de su llegada a este mundo (¿hay otro?) se ha perdido en el tiempo, se ha olvidado por completo, porque de años sólo hablan los carceleros y los encarcelados, y Memo ha descubierto que las neuronas se regeneran. En sus intempestivas palabras descubrimos el hilo de oro del asunto: “Décadas diluidas en unos cuantos instantes petrificados pero sustanciosos, con peso y dimensión propia”. Desde muy niño le gustó la independencia, la reforma no mucho pues es la misma mula pero revolcada, su favorita es la revolución que ocurre a cada instante en su corazón, palpitante de ritmo, melodía del día al día que corre por sus venas. En su adolescencia sufrió algo, ¿quién no?, principalmente porque no había ido a Acapulco. Un viaje constante y a huevo del D.F. a Morelos, un trayecto algo ingrato pero necesario para curtir su ser, escabeche y chipotles, que adolece el muchacho, la necesidad, el queso camembert y el mezcal ya lo estaban esperando a la vuelta de la esquina. Fue y es el más pequeño de sus hermanos de sangre, pero es grande de espíritu y tiene una bicicleta y un bocho rojo. Aunque quería ser médico terminó andando por el afortunado y pedregoso camino de la música. Ya de chamaco le decían que era bueno para soplar, él se defendía diciendo “sóplame ésta”. Estudió en la Escuela Nacional de Música donde también dio clases, además de armar buenos desmadres y cotorreos con la raza chilanga y añadidos pachecos. Hace veinte años llegó a Michoacán, hizo bien. Da clases en el Conservatorio de las Rosas y toca la flauta transversal en la Orquesta Sinfónica de Michoacán, además de que constantemente la está haciendo de jamón en marchas y manifestaciones por la insistente creencia en un mundo mejor, aunque esto no quita que a veces le brote lo misántropo. Uno de los muchos grupos con los que ha tocado es la Banda Elástica, el estira y afloja del hacer musical colectivo que está grabado en el disco “Aquí, allá y acullá”. Dicen que viajó por Europa y Uruapan, que vivió un tiempo en Francia y que tocaba en el metro parisino como método improvisado de sobrevivencia. Últimamente se le puede ver y escuchar tocando en su proyecto pos-modernista (¡pos ya qué!) “Estresarte”, al lado de grandes y esquizofrénicas personalidades morelianas. Los días domingos, cuando hay chance, se le encuentra en Agua Zarca, ahí, con doña Imelda, en el mítico camino a Chorro Prieto, donde, dice él, se da baños de cerro, el chapuzón de montaña que le permite refrescar esa sonrisa perenne que le caracteriza.
lunes, 16 de junio de 2014
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