lunes, 16 de junio de 2014

Maullido

  No, no he visto mentes brillantes por aquí, lo único que brilla es el semen de las masturbaciones cacofónicas del hoy, la luz negra me delata y la gente señala mi bragueta, se ríen de lo que digo y tosen mientras hablo, cómo si ellos tuvieran mejores cosas para decir. Alzo la voz. Un gato blanco se me enreda entre las piernas, no es un gato, es una gata que maúlla, maullido felino. Ayer vi a un policía federal pegándose a sí mismo con su macana, se golpeó repetidas veces en el cráneo, reventándolo, sangre por todas partes, pensé que moriría del golpe y sin embargo aquí sigue, el policía se convirtió en gata blanca, persiste la vida a pesar del dolor de siglos y siglos representado en esta pequeña creatura de la imaginación. De qué sirvió la sangre del gato torturado por la ley, por su propia ley, quizá si fueran autodefensas o artistas gráficos, no se golpearían a sí mismos, pero ninguno de ellos conoce la autocrítica. El policía que es gato, el gato que es gata blanca, la gata blanca que maúlla, maullido. La gata blanca se me enreda entre las piernas, tiene un ojo colgando y la lengua de fuera. Me salgo del burdel donde leo y en la calle veo a los obesos padres de familia manejar sus automóviles último modelo, los conducen como si estuvieran fornicando con las prostitutas de la antigua central, orgullosos de sus penes y de sus billetes de doscientos pesos, aceleran, queman llanta, le suben el volumen a sus estéreos último modelo; en el asiento trasero de estos automóviles viajan los infantes terribles que harán estremecer al mundo con su indiferencia, galicismo y esperanza de unos cuantos metros recorridos, los niños terribles están llenos de moretones y arañazos, los veo, te digo que repares en la violencia que va en cada carro de esta avenida, coche y choque, transporte privado en donde los padres de familia lloran como niñas cuando sus esposas los abandonan, sus cocheras son sus tumbas. Ahora estoy en el Jardín de las Rosas tomándome un café, los viejos profesores de la universidad le llaman culodromo, estos maestros dan clases de ética y derecho, son eméritos de la vulgaridad y yo fui su alumno. Veo a los floripondios tornasolados inspirar la mala música del más pusilánime de los conservatorios, la fuente llena de gargajos vibra con los violines y las percusiones están en el último salón, un vendedor de collares se me acerca pidiéndome un peso y le digo que yo soy uno de ellos, un pedidor de pesos, uno más, una gran mentira de este capitalismo inmortal que me atraviesa y los atraviesa a todos ustedes, miradas impertinentes. Hay hierba mala tomando cerveza en promoción, sigo en el Jardín que está en medio, entre el museo de la muerte y la tesorería del robo. La hierba no tiene cerebro, las hojas no sólo caen en otoño, estamos en primavera, casi verano, diferenciar las estaciones en una época de aspiraciones y crack, helecho de aplausos en el bosque tropical de mis axilas, una bomba de flores que explota un dieciséis de septiembre, sigo en el Jardín, recordando que hoy se celebra algo, no sé qué, pero es un algo poderoso. ¡Basta ya de digresiones! Voy al cine con la esperanza de que las miradas cesen, entro tropezándome como es mi costumbre, en la última butaca veo al director de la película, me acerco a él y le doy un puñetazo en la cara como venganza, soy el vengador de la gata blanca que fue policía federal. Falta un intermedio en esta función, el director regresa del baño y trae una servilleta metida en las narices, las miradas todavía me persiguen en la oscuridad, salgo con el pretexto de comprar algo, lo que sea, me acerco a la fuente de sodas (qué anacrónico nombre), le pido un autógrafo a la señorita que vende palomitas, se niega, porque su trabajo no la dignifica, debe mucho dinero y estudia literatura. ¿Por qué me ven? ¿Para qué tanta mirada desperdiciada en este yonki de cinco pesos? No hay originalidad en las paradas de camiones, en ningún lado los peces bailan, así me digo cuando salgo del cine sin el autógrafo triste. No, no, no, no, un beat que se repite en los bolsillos cada que vez que meto mi mano, una afirmación negativa en el camino, apenas llevo recorrido el primer tercio de las carreteras del mirar, en vez de guía roji traigo mi libro de sueños. El mundo está cerrado por reparaciones y estoy tan paranoico como una mosca de carnicería. Las nubes negras se posan amenazantes sobre las calles de Morelia, ahora el agua del cielo también me mira, junto con ustedes las gotas. Llueve copiosamente, un río de opiniones se desborda inundando las colonias más melancólicas de esta ciudad. No traigo salvavidas ni traje de baño, con el agua hasta el cuello pierdo las ganas de vivir y comienzo a dejarme morir, a lo lejos veo un barco de papel que se acerca, en él navega una señora perfumada, huele a jamón de Kentucky, y ella me salva, no sé cómo pero me salva. Me lleva a su casa. Cuando logro estabilizarme (¿es posible esto?) le pregunto su nombre, ella dice “Me llamo William” y cierro los ojos.

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