La mancha en el piso se convirtió en su única distracción, la veía con el interés de un sacerdote católico por los niños, como miran los perros los aparadores. Era una mancha de sangre en forma circular, casi perfecta, lo que la hacía más intrigante para su observador. No se atrevía a limpiarla. Fue despedido del hospital, por idiota, le dijeron. Él sólo pensaba en la mancha de sangre, en el círculo casi perfecto y en encontrar un nuevo trabajo.
miércoles, 12 de marzo de 2014
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