jueves, 27 de junio de 2019

Epístola para Antonieta Rivas Mercado

Querida Antonieta:

Aquí todo sigue peor, o mucho peor, Notre Dame se quemó y la gente pegó el grito en el cielo, ¿en dónde más se pegan los gritos? La izquierda (muy) moderada ganó las elecciones, la Ciudad de México está hundiéndose y el aire ya es humo; pocos recuerdan a Rodríguez Lozano, si no fuera por tus cartas...

¿Cómo te va a ti, qué has hecho allá en el otro plano? Cada vez que me acuerdo del Teatro Ulises y todas las empresas culturales que realizaste, me entra una nostalgia que sólo el buen mezcal puede curar, porque la nostalgia es una enfermedad que se cura con ídem.

De Pepe no he sabido mucho, algunos lo acusaron de nacional socialista, pero creo que su influencia se deja sentir más los días doce del mes diez, pero para mí fuiste tú la importante de esa campaña en las elecciones extraordinarios del veintinueve. Amiga, cuánta falta nos haces, pocos seres humanos como tú, tan pocos que ya estoy empezando a dudar de dios nuevamente.

Te escribo así, rápidamente, pues tengo que regresar a seguir muriéndome, sólo quería decirte que te quiero mucho y que cada vez que leo tus últimas palabras, las lágrimas parecen cascadas que brotan de estos ojos que ya no te ven sino en tus letras, mismas que pongo aquí, por si ya las habías olvidado, aunque tengo la certeza de que tú no olvidas nunca, como tampoco yo te olvidaré:

"Terminaré mirando a Jesús; frente a su imagen, crucificado... Ya tengo apartado el sitio, en una banca que mira al altar del crucificado, en Notre Dame. Me sentaré para tener la fuerza para disparar. Pero antes será preciso que disimule. Voy a bañarme porque ya empieza a clarear. Después del desayuno, iremos todos a la fotografía para recoger los retratos del pasaporte. Luego, con el pretexto de irme al Consulado, que él no visita, lo dejaré esperándome en un café de la Avenida. Se quedará Deambrosis acompañándolo. No quiero que esté solo cuando le llegue la noticia".


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