jueves, 27 de junio de 2019

Este texto es una puerta

Una mujer, un cuarto y un fárrago de palabras. Comienza dudando, porque todo comienza con una pregunta. ¿Quién es el que escribe? Y luego viene otra pregunta. ¿A quién le escribe? Letras, bestias, paredes, súbito amontonamiento. Un vestido le cubre los recuerdos. Dormida en el tiempo, ella. Él es cualquiera, pero escribe. Hablan, aunque no se entienden.

Habla él: Me despierto y te miro, porque yo duermo alerta y te miro en sueños y me levanto a la menor provocación. Susurro un ritmo en el tambor de tus ojos cerrados. ¿Estás ahí?


Habla ella: El cuarto blanco, cicatrices de lo que aún no pasa, el rojo de las letras se ha corrido lento por las castas paredes y un zarpazo de bestia amenaza, ¡es el fin, es el fin! Te oigo pero no te veo.

Él habla: Lo he olvidado en el camino hasta aquí, ¿cómo me llamo y cómo me llamas tú? Camino dormido, durmiente caminata, fue una trampa del narrador eso de abrir los glóbulos oculares. Hay sangre en las paredes y no sé de dónde proviene, ¿será del rojo piojo del amor? Ya sé menos que ayer.

Ella habla: Pero no incomoda la ignorancia, es parte del sueño no saber nada. Sueño contigo desde el principio de los sueños, de ti se trata esta sangre y la pared es el lenguaje. Tú te levantas con las esperanzas selladas, por eso no me escuchas cuando ando en la azotea de tu imaginación.

Hablan los dos, no, los tres: Acariciamos tus mejillas con nuestras manos largas y nuestros dedos dedos que son arcos y que tocan y tocan. Ya no somos sólo la otra mejilla, nos hemos convertido en el cuerpo entero. Somos el comienzo, somos la puerta.

Epílogo: El cadáver viviente ríe y pide un abrazo, se lo doy, me doy. Sudando despierto y corro y escribo. Escribo el sueño para no olvidar, y olvido. La luz matinal entra burlándose de la noche. Las siete de la mañana, el narrador se divierte con en el onanismo de su oficio. Y yo toco, toco fuerte en los ojos y nadie abre.

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