La plaza Villalongín lucía igual que otros sábados, un par de quinceañeras con sus chaqueteros chambelanes se tomaban fotos en la fuente; había familias aplastando los pastos, chamacos chupando paletas heladas que el vendedor de nieves vendía a diestra y siniestra; señoras y señores echando la hueva, pues las cinco de la tarde es la hora de la flojera. Y en medio de este ambiente moreliano, por el costado de la avenida Madero, estaban los “usuarios de la cannabis”, eufemismo que algunos marihuanos usan. Eran pocos, pero eran pachecos y estaban exigiendo el cese de la criminalización a los consumidores de la hierba feliz, “la mota es de quien la siembra”. Esto ocurría el cuatro de mayo del año de López Obrador, 2019.
Los medios de comunicación entrevistaban a los asistentes a la marcha, el Día Mundial por la Liberación de la Marihuana en su versión michoacana estaba sucediendo y los fotógrafos querían tener las mejores pictures de los arrojados personajes. Conforme fueron llegando los marihuanos los ánimos se calentaron, o más bien, se poncharon. Primero apareció una pipa, junto a la pipa estaba un perro pitbull, el que esto escribe desconoce si el can también era “usuario de la cannabis”. Después del primer pipazo vinieron los churros, fue cuando uno de los organizadores dijo que era hora de comenzar a marchar, “no vaya a ser que se pongan muy arriba y ya no marchen”, comentó el señor de las paletas, que por cierto no traía paletas de mota.
Los medios de comunicación entrevistaban a los asistentes a la marcha, el Día Mundial por la Liberación de la Marihuana en su versión michoacana estaba sucediendo y los fotógrafos querían tener las mejores pictures de los arrojados personajes. Conforme fueron llegando los marihuanos los ánimos se calentaron, o más bien, se poncharon. Primero apareció una pipa, junto a la pipa estaba un perro pitbull, el que esto escribe desconoce si el can también era “usuario de la cannabis”. Después del primer pipazo vinieron los churros, fue cuando uno de los organizadores dijo que era hora de comenzar a marchar, “no vaya a ser que se pongan muy arriba y ya no marchen”, comentó el señor de las paletas, que por cierto no traía paletas de mota.
La marcha avanzó ordenada y olorosa, los policías presentes registraron la actividad que ellos mismos escoltarían, alguien gritó “¡pinches puercos!”, pero no hubo coro y la cosa quedó ahí. Los tambores interpretaban ensambles satánicos y algunas cumbias, el saxofón de Memo Portillo era el grito justiciero de un sector señalado de todos los males de la humanidad; Lalo Solís tocaba su tuba al ritmo de las consignas, algunas de ellas muy ingeniosas: “¡somos pachecos y somos muy derechos!” o “¡marihuana primero al hijo del obrero, marihuana después al hijo de Andrés!”. Algunos transeúntes se sonrían, cómplices de lo que ahí veían, pues en algún momento de su vida se echaron un churro y también se sintieron culpables cuando alguien les reclamó que olían a petate quemado.
Los marchantes invitaban a los mirones a que se unieran a la verde protesta, pero el miedo no anda en la ruta roja. Ya cerca de Catedral, en el cruce de Madero y el Templo de las Monjas, el número de caminantes se había multiplicado, de los 25 “usuarios” que estaban en Villalongín ahora se podía calcular el número en más de cien, quizá 150. Y había más de un perro, eran como cinco peludos que acompañaban a sus dueños en la exposición de su gusto por el tetrahidrocannabinol. La música seguía alentando los pasos lentos pero seguros, el saxo, la tuba, las consignas y hasta un descalzo que acabó con los pies negros, para él la marcha fue una manda que le dedicó a la Virgen Sativa.
Cuando llegaron al primer cuadro del Centro Histérico de la antigua Valladolid, hoy no fío, los integrantes del contingente ponchador se toparon de frente con botargas, chicas de tablas gimnásticas y un tradicional torito con todo y sus hocicos de hule. El encuentro fue benigno, al ritmo de los tambores el burro/caballo salió a bailar, lo secundó el torito y algunos de los músicos de banda, quizá este fue el clímax. Los turistas no sabían qué pensar, pero igual sacaron sus celulares y grabaron lo que pudieron. En los portales se rumoraba, “pinches drogadictos”, el reloj de la Catedral marcaba las 18:30 horas, los “usuarios” se dirigieron a la Plaza Bomberito Juárez, sitio favorito de rijosos y proletarios.
Junto a los payasitos cholos la marcha terminó, no sin antes congregarse en pequeñas y sospechosas “bolitas” que le dieron rienda suelta al “tanque y rol”. Los policías que siguieron/cuidaron/registraron la caminata del amor y la tolerancia estaban algo impacientes, quizá confundidos porque no podían arrestar a nadie en ese momento, la ventaja de que algo sea mundial. Llegaron algunos niños, uno de ellos en silla de ruedas, les pidieron a los músicos sus instrumentos y se pusieron a tocar para talonear a los paseantes. Las bachas iban de mano en mano dejando su rastro en los dedos de los “usuarios” y ya casi cuando se iba a terminar “la cucaracha”, llegó Irepan Rojas, músico moreliano del quien se sospecha también es “usuario”; traía su trombón y preguntó “¿a qué hora comienza la marcha?”, claro, algo así tenía que pasar en un evento de este tipo.
Ahora los consumidores de THC tienen la esperanza de que algún día podrán andar, no en multitud, sino solitarios con un churro prendido por la Madero a las cinco de la tarde, que es la hora de la flojera en esta ciudad más mocha que pacheca.
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