Parafraseo, más bien distorsiono, lo que Federico Nietzsche escribió en alguna parte: el cacareo de las actividades culturales por parte de las autoridades y de los organizadores de festivales es inversamente proporcional al nivel cultural de los habitantes de ese lugar.
Dime de qué presumes y te diré moreliano, los vapuleados son provincianos, chale y ¿sí, di? El autor de Aurora y La genealogía de la moral también dijo esto otro: están aquellos que revuelven los charcos poco profundos para que parezcan chocomilk. Sigo en la chaqueta intelectual.
Todo esto en relación a las diferentes actividades dizque artísticas que se realizan en la capital de Michoacán, esas nutridas carteleras en las que burócratas y artistas se besan de lengüita y comparten los gargajos de la adulación.
Parte del problema se encuentra en la poca claridad de lo que queremos dar a entender con la palabra (casi altisonante) “cultura”, concepto polisemántico y altamente explosivo, ¿qué es eso de actividad cultural? ¿Un festival que sólo beneficia al 0.01% de la población? Creo que deberían llamarse actividades plutocráticas, para honrar a la verdad.
Para muchos michoacanos (es un decir, porque hablamos de morelianos) cultura significa: show, espectáculo, gancho para turistas, cheques fáciles, mafia de artistoides, nepotismo exacerbado, etcétera del te sobo la joroba de oro, pero jamás cultivo de sí mismo, ¡qué te pasa calabaza! Esa extraña palabra ha sido muy manoseada, pero poco explorada, cultura, mejor sería decir "culo".
Las incógnitas de esta ecuación artístico burocrática, siempre desde el lado oscuro del camino (cf. Lynch), porque cuando los ojos se acostumbran a la noche, la visión se agudiza y los sentidos se erizan, chúpate ésta Ponchito Postecito.
Como infundada contribución, y para el desasosiego del lector, diré que la cultura es el reino de lo artificial en donde un Tuerto guía a los ciegos por voluntad propia. Hasta el próximo encuentro, si es que sobrevivimos (a la cultura).
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