No sé qué pensar cuando leo/escucho cosas como éstas: "Qué triste que se murió tal o cual escritor, nos estamos quedando solos". Y lo mismo dicen de los músicos, actores, pintores, artistas en general que cumplen con un ciclo vital (y necesario); incluso algunos políticos alcanzan algo de estas dádivas: "Pobrecito, si sólo tenía 91 años, se veía entero". La mayoría de los que fallecieron recientemente lo hicieron por vejez, otros por ser atascados en sus múltiples vicios y no faltó a quien la fatalidad le pasó factura. Para allá nos dirigimos todos, la muerte es lo único seguro y blablabla. Comentar que uno se siente mal por el deceso de alguien que admira es sensato, pero de ahí a expresar que el mundo se derrumbará por la muerte de fulano o mengano es puro borlote. Miles de personas son asesinadas cada día y el planeta sigue en movimiento, pocos rasgan sus vestiduras por los niños desmembrados en el mercado negro de órganos (cf. Chomsky). Las obras de los creadores son trascendentes, he aquí la herencia, la esencia, falta mucho por descifrar, interpretar, conocer. ¿Por qué nos convertimos en plañideras? Me imagino que estas personas, las que se aferran al fierro de la vida, desearían que sus ídolos estuvieran con ellos hasta la putrefacción, una especie de apocalipsis zombi intelectual. Y si no es así, habrá que reestructurar esa frase que está más trillada que el cereal: Descansa en paz.
martes, 21 de marzo de 2017
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