viernes, 11 de agosto de 2017

¿Es José Agustín Solórzano un digno candidato para volar en papalote?


Es cierto que Dos versiones del libro que no escribí son dos libros, uno de poesía, verso y prosa (¡hay hasta un soneto!), y otro que contiene una especie de epístolas poetizadas o recados, la crónica del demiurgo que explica el cómo-cuándo-dónde de una mujer que tiene la dicha, insondable, de conocer a un poeta del barrio: “No manches, ¿mi poesía te puso cachonda? Perdón, creo que lo dije muy fuerte. ¿Te hablé a ti, cabrón? ¿No, verdad?, entonces ¿qué le ves a mi vieja?”. Antología de papeles rotos y El lado alcohólico del corazón (crónica de un conquistador de cantina), así se llaman, así los nombró el autor, estas son las dos versiones del libro que quiso escribir pero no pudo porque se le atravesó algo al Agustín.

¿Qué encontrará el lector en estas decenas de páginas? Encontrará humor; en este conocimiento de sí mismo que expone J.A. Solórzano hay una risa rítmica que invita a devorar el texto de una sola sentada, esto es, leer con el culo. Por supuesto, existe aquí un poeta, alguien que hace de su realidad un papalote, se sube a él y se avienta desde Santa María, ¡ahí va el poeta en subidón!, grita la gente en la avenida Camelinas, le avientan piedras, pero este cabrón es necio: “me quedo con mi caguama y este amor de celofán”.

Topé por primera vez a J.A. Solórzano hace unos años, no recuerdo cuántos, lo conocí junto a B, compañera en el bien y el mal, siempre juntos, México, creo en ti: “El amor, si acaso, se trata de esta sala y de mí sentado en el sillón mediano, bebiendo un café horrible mientras B cocina enfadada con el imbécil que soy cuando trato de no serlo“. Leí sus anteriores libros y, la verdad, los disfruté mucho, a pesar de que en el bajo mundo del chismorreo y la mala leche, unos compas, no diré nombres, me hablaron muy mal de él, “el poeta de las moscas”, así lo etiquetaron, me dijeron que era chafa y que no estaba a la altura. Pero yo sé que los escritores son seres muy territoriales, y trato de no contradecirlos ni exponer el bello cuerpo que ustedes bien observan. Algo que me repito para mis adentros es eso de “ya el tiempo hará su trabajo, ahí se verá quienes sí y quienes no”. Considero que el autor de Versos, moscas y poetas ahí la lleva, y la lleva muy bien. No se trata de los premios, sino del alcohol que puedes comprar con el dinero de estos premios: “Así abrimos las noches, cada vez, una botella de Oporto, o de charanda, lo que alcance, como quien espera que el tiempo embriague y la vida sea como una noche de copas: donde bebimos, cagamos, cogimos, y claro, nos echamos a dormir con el ronquido hiriéndonos la sangre”.

Agustín pertenece a la Sociedad de Escritores Michoacanos, acá Semich, y no le da pena decirlo, proactivo y emprendedor, si hubiera sido un poco ambicioso hoy sería un taquero excelente. Él es un tipo guapo que sabe lo que quiere: “A pesar de que intenté ir al gimnasio y planear el inhumano asesinato del odioso director de redacción del periódico donde trabajé, terminé haciendo poemas en casa, llegando tarde al trabajo, cobrando la quincena, bebiéndome la quincena”.

Y es que en esta simulación de infierno es difícil encontrarse con gente que sea sincera. He aquí algo más que el lector encontrará al leer Dos versiones del libro que no escribí, sinceridad, la risa franca de un fiel seguidor de aquel perro llamado Diógenes: “La literatura es risa profunda, abrir la boca como quien se come el mundo, llorar mientras se burla uno de uno, lamerse el culo profundamente, buscarse uno el agujero, la parte nuestra donde habita la ausencia y así, morderla, atraparla con los dientes, y dejarla en nuestro cuerpo: adolorida, masticada”.

Sí, recomiendo que lean a J.A. Solórzano, el poeta de las moscas, el amante de B, el gordito del suéter chistoso que recibió el mérito juvenil moreliano, aunque él no es ni juvenil ni moreliano. Sí, que se lean sus textos, que se reciten en voz alta, tal vez no cambiarán el mundo, porque el mundo vale madres, pero algo es seguro, la risa triunfará, porque el que ríe, entiende.



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