La desproporción entre el número de jueces, profesionales o aficionados, y la justicia con la que estos proceden es abrumadora, abismal. Señalan, acusan, dictan sentencia y luego se van muy orondos a comprarse un café con leche en algún lugar que tenga wi-fi. Opinar se convirtió en el arte de juzgar, un instante de supuesta lucidez y empatía; se firman cartas, peticiones, se convoca a marchas y protestas por casi todo, es la época del plebiscito. Para destruir una vida sólo hace falta un dispositivo móvil y dos dedos de frente. La democracia sigue este mismo principio, la simulación de la participación. Ya no hay intelectuales, hay líderes de opinión, comunicadores responsables y frases célebres para toda ocasión. Y parece que estas palabras han sido entendidas al revés: Quien no ha investigado no tiene derecho a hablar. Hoy la regla está de cabeza: Si no sabes de un tema opina todo lo que puedas.
viernes, 11 de agosto de 2017
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