Los estudiantes terminan sus cursos y celebran, graduados van orgullosos por las calles del Centro Histriónico, re-presentan su papel, la sociedad les aplaude; madres y padres compran flores, globos, dispositivos móviles, cualquier porquería porque se lo merecen estos jóvenes; los llevan a comer hamburguesas, cajitas con sorpresas, helados con galleta; los más grandes se emborrachan y quizá alguna de las muchachas quede embarazada, al mal paso darle prisa.
Los graduados llevan sus diplomas como si de la piedra filosofal se tratara, a más de uno se les mancha con salsa de tomate dulce. Seis, tres, cuatro años estudiando para nada, o para todo, que es lo mismo pero sin trabajo (trabajo sin contrato). Profesionales del desempleo, preparatorianos chaqueteros, adolescentes que les enseñarán el infierno a sus docentes, varios grados de la farsa.
Este verano certifica el engaño, titulados para lo que viene, aunque lo que venga sea una lucha intestina por cuatro mil pesos a la quincena, si bien les va, si bien nos va.
Fotografía: Mono de la Suerte, Flor Garduño, 1989
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