¿Será cierto que nos estamos destruyendo a nosotros mismos? Desde esta percepción así parece, además no tengo otra forma de comprobar lo contrario, ¡oh, Descartes, que no conociste a Marilyn "Doctrina" Monroe! La historia se puede medir por litros de sangre y en la escuela me enseñaron que los indios no viven en la India. Trataré de ensayar al respecto, aunque sin respeto.
La ciencia se aventura, las más de las veces, a decir que la vida es maravillosa, pero lo que entiendo por y de ciencia es tan poco que la frase "la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma" me sigue pareciendo parte de un poema positivista que nunca terminaré de leer. La nueva religión sigue teniendo un escaso número de seguidores, son muy pocos los que se persignan en nombre de Lavoisier.
Los obtusos como yo estamos condenados a los artículos de divulgación para enterarnos de la misantropía científica, y si tenemos algo de suerte, a algún libro de Gabriel Zaid, Henry de Lumley o Ruy Pérez Tamayo, comprado por diez pesos en los tiraderos galácticos de alguna colonia de investigadores venidos a menos.
Sólo así puedo enriquecer mi lenguaje para referirme a esta autodestrucción de la que balbuceo: Teoría cuántica del asesinato, trenes bala y metralleta, agujeros negros en la consciencia, galaxias de oportunismo, quantum te debo, caras planas, africanos en lanchas, la tierra no es redonda, reptilianos, empresarios y vida inteligente en las colas del hipermercado.
Creo que la literatura arriesga demasiado en el tema, la mayoría de los futuros posibles en los libros terminan siendo distópicos, nada amables con los humanos; algún día (noche) un molesto lector degollará al autor de ciencia ficción que se atrevió a decir que éste es el mejor de los mundos posibles, o quizá ya pasó en algún universo alterno (o en uno de los capítulos de Rick and Morty); escritores como J. G. Ballard, Aldous Huxley, Eric Arthur Blair y Marcela del Río consideran que el precio de las tortillas es proporcional al producto de nuestras acciones, por lo que el "fiad los unos a los otros" deberá ser la impronta si no queremos volvernos un "Mundo sumergido".
Y luego los profetas, que la riegan y derraman muchas veces, pero cuando sus pronósticos le pegan al gordo nos quedamos sin palabras, mudos ante el acierto del obeso vaticinio del apocalipsis doméstico. Reinaldo Arenas escribió: "Lloverá y mis rosas se ahogarán", de lo que se derivan todas las desgracias mías, verbigracia: la guerra que llevo en la cabeza.
Yo, en la partícula particular, me pregunto: ¿Qué quedará de mí mañana? Escucho la voz de Diotima de Mantinea que me contesta por encima de los cerros de siglos que nos separan: "¡Ya déjame trabajar, perro!".
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