La enfermedad es la única democracia en la que creo, en el
padecimiento somos iguales; tal vez los poderosos podrán tener el dinero para
los mejores médicos y hospitales, pero el dolor es el mismo, o al menos así lo
parece.
Leyendo Relato de mi
vida, del Mago Thomas Mann, recordé dos novelas del autor de Muerte en Venecia en donde profundiza
sobre el tema de la enfermedad, a saber: La
montaña mágica y Doktor Faustus.
Hans Castorp y Adrian Leverkühn son los personajes principales de estos textos,
las afecciones de ambos son determinantes para el desarrollo de las historias
que protagonizan.
Mann le dio al dolor (sufrimiento, enfermedad, el padecer) un
lugar muy importante en su obra. Su hija, Erika Mann, narra en El último año de mi padre, texto que
acompaña a Relato de mi vida, en la
deshojada edición de Salvat que tengo, cómo el escritor después de terminado un
proyecto caía presa de una dolencia, sin embargo, cuando comenzaba con una
nueva idea, que no abandonaba sino hasta el final, se mantenía con una salud de
hierro, salvo en Doktor Faustus, que
tuvo que interrumpir por un problema en el pulmón.
Thomas Mann cuenta en su autobiografía que uno de los
autores que más le impresionaron cuando era joven fue Nietzsche, filósofo que
hizo de la enfermedad una plataforma, el trampolín desde el que saltó para
demostrarse a sí mismo de lo que era capaz. Adrian Leverkühn y Nietzsche
contrajeron sífilis, el mal del siglo XIX, y esto no es una mera coincidencia.
En el cine hay muchos ejemplos, pero sólo hablaré de dos. El
primero es Gritos y susurros, de
Ingmar Bergman. Agnes tiene tuberculosis severa, sus hermanas Karin y María
supuestamente la cuidan, más yo diría que la sufren; es Anna, la sirvienta, la
única que comprende la terrible perturbación de Agnes, por eso se le entrega en
una relación que podría ser considerada como lésbica, aunque lo que hay ahí es
empatía, un amor profundo.
La segunda película es Guerra
mundial Z, dirigida por Marc Foster y basada en el libro de Max Brooks. Sí,
los zombis nuevamente, pero ahora la cura está en los enfermos, a los muertos
vivientes no les gusta lo corrupto, Gerry Lane se da cuenta de esto y salva a
la humanidad inoculando con los más graves padecimientos a los pocos
sobrevivientes, dándole así una nueva oportunidad a la humanidad.
La despedida viene con estas palabras de Mann, que nos sean
leves las enfermedades que nos hacen demasiado humanos (¿qué es el humano?):
"¿No se basa todo amor al hombre en el conocimiento fraternal, compasivo y
lleno de simpatía, de su situación difícil y casi desesperada? Sí, hay un
patriotismo de la humanidad que se funda en esto: se ama al hombre porque su
vida es difícil y porque uno mismo es hombre".
Imagen de Gabriel Cornelius Ritter von Max, "Mujer muerta o dormida".
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