"Todo lo he inventado, Farabeuf"
¿Recuerdas a Farabeuf? Te había contado de esta novela a modo de écfrasis, te dije que me pareció un largo poema en prosa escrito en la piel con un brillante escalpelo. ¿La piel de quién? Preguntas y no sé cómo responder, quisiera decir que es tuya, pero tú no la leíste, ¿o sí? Imagina que esto pudo haber pasado y que la tinta es roja.
La crónica de un instante condenado a la repetición y, por su propia condición, a la alteración de los detalles; me equivoco, como ya es costumbre, porque mi memoria juega a las escondidas con el tiempo. Te cuento esto para creer que alguna vez leí ese texto y que tú me entiendes, tropiezo con mis palabras y te arrastró al abismo de la explicación. Ya no sé si yo lo leí o lo esto inventando.
De lo que estoy cierto, por no decir seguro, es del nombre del autor: Salvador Elizondo, hombre que fue mucho más que un nombre, más allá del tercero al lado de Paz y de Borges, ¿te acuerdas de esa grabación en donde los tres aparecen (todo es un acto de magia) pero únicamente hablan dos? Te repito el nombre del hombre que escribió Farabeuf: Salvador Elizondo. ¿Recuerdas sus otros libros, los cigarrillos que se fumó, los tragos de whisky y las discusiones sobre literatura que tanto le apasionaban?
Farabeuf puede ser un cirujano francés que hurtaba cuerpos de los cementerios para probar sus innovadores instrumentos de tortura. También te conté que tenía la impresión de que este Farabeuf literario usurpaba las identidades de ciertos amantes desaparecidos. El brutal Don Juan encontraba a sus compañer@s a través de la ouija, con un sí o un no llegaba hasta las damas Y caballeros ávidos de tortura y les poseía con su bisturí de acero y sangraban sangre roja de literatura. Invento tantas cosas, te invento, los invento a ellos y al mismo Salvador Elizondo.
Había ahí un libro que mutaba, tres monedas que caían, un espejo viejo, sucio de polvo. La sangre brotaba, se formó un charco, escribí el número seis en un idioma desconocido, tres veces hice esto. Y hasta ahora no te había mencionada la fotografía. ¿Cuál imagen es de la que hablo? La del suplicio chino de los mil cortes. Hojeamos (debo confesarte que he olvidado casi todo) ese libro de Bataille en el que Eros lloraba gruesas lágrimas de letras.
Quiero que rememores esto sin ayuda de las citas y los cisnes degollados, te desnudo la memoria eidética. Cuando era más pequeño (porque soy pequeñito de estatura y de memoria) me obsesionaba con los detalles, no he olvidado aún aquella estrella de mar que se pudrió en tus manos, pero ya olvidé tus manos.
La playa está llena de bruma, he regresado a ella una y otra vez, con la esperanza de encontrar al niño que construía el castillo de arena que no viste, te conté de él... Ahora confundo la existencia con la ausencia, ¿éramos nosotros o fue Elizondo quien pintó este óleo en mi cabeza? Tú no dices nada, estás mirándote en el espejo sucio de polvo, ¿acaso buscas vestigios de mí en tu reflejo? Quiero leer Farabeuf contigo, quiero que existas tú y Farabeuf y yo.
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