A las siete de la mañana suenan las campanas religiosas, escucho pasar a la madrugadora gente, percibo su prisa a través de la intensidad de sus pasos; los perros ladran y me imagino que alguno de los caminantes de afuera ha hecho algo malo, por eso el nerviosismo de los canes, o quizá sólo sea un saludo perruno, o un llamado de auxilio. De repente, el semi silencio de los grillos y del río de carros en la avenida, un pájaro anuncia que hoy no lloverá y otro más allá lo contradice. Las casas se desperezan muy lentamente, como queriendo prolongar el amanecer del domingo, hasta que un vecino decidido enciende su radio para escuchar cualquier cosa, comerciales y una pizca de música. Estoy entre la espada de la ventana y las ganas de ir al baño, ya suenan las otras campanadas. Pero lo que despierta al mundo de mi colonia, ese cosmos de caos hogareños, es el tren sin pasajeros al que le importa nada el sueño y la imaginación.
lunes, 20 de noviembre de 2017
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