Ves que los latinos se pelean entre ellos, como aquellos otros latinos que vivieron en Roma, pero estos bailan boogaloo y toman cocacola. Ahora los ves y no es el noticiero, están ahí, en las vías del tren, pidiendo una moneda, arriesgando el físico en la avenida, causando penas a los penantes que ya de por sí están jodidos por el solo hecho de estar aquí, entre los vivos.
Son hombres, mujeres, niños, son de carne y sangre y lloran y ríen como tú lo haces. La gente les dice ilegales, pero ellos son la trinidad: emigrantes, inmigrantes y migrantes, aceptas el primer mote, lo utilizas y los señalas: "Son ilegales, ¡que se vayan a su país, aquí no los queremos!", repites con convicción, ésta es la consigna generalizada.
Tú eres latino por ese romance de las lenguas históricamente tocadas, americano porque Américo le dio la vuelta al continente, mexicano, muy mexicano, pero ignoras el porqué de este orgullo futbolero. Te preocupa que dentro de poco vendrán a tocarte a tu puerta para pedirte unos zapatos, una camisa o alguna faena para ganarse un pedazo de pan embarrado de sobras. No les abrirás, que se vayan a otro lado, tienes candados, cadenas y unas piedras en la azotea. Estás preparado.
Antes veías las noticias sin preocuparte, total, ¿en dónde queda Argelia o Afganistán? "A quién le importa", te decías a ti mismo, muy seguro en tu sillón, quizá las diez de la noche, antes de irte a tu cama, calientita. Te niegas categóricamente a compartir algo de lo tuyo, mucho trabajo te ha costado, el trabajo, el sudor de tu frente, el apoyo de la familia, el país que te vio nacer.
¿Cuánto durará esto? Pregunta sensata la que te haces, y sabes que ya no habrá marcha atrás. Y en esa cascada de preguntas justificatorias logras ver tu posición, la vecindad con los Estados Unidos de Norteamérica, esa política caníbal que ha ocasionado el rebote demográfico que estás sufriendo.
¿Y si a ti te pasara lo mismo? Comienzas a sentirte incómodo, los días traen más noticias de esos otros que no son los tuyos. Y vienen más: hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, venezolanos... Recuerdas a tus parientes que viven del otro lado, el otro lado mítico que añoras en silencio, el otro lado que te provoca miedo; las humillaciones que tuvieron que soportar tus familiares para hacerse de su Green Card, hoy tienen casa, camioneta y una cuenta en el banco.
Ilegales, ilegales, ilegales, repites en tu cabeza y terminas sintiéndote culpable, ¿pero de qué? Sales de tu casa, atrás dejas tu cama calientita, la televisión prendida, te diriges hacia las vías del tren cargando una mochila llena de ropa buena, de la que más te gusta, pones ahí unas latas de atún, café, agua embotellada y la chamarra más gruesa que encuentras. Aceleras el paso, urgente es la caridad para ti. Pero no hay nadie, esta tarde no pudiste redimirte con la humanidad, será para mañana, con algo de suerte.
lunes, 10 de diciembre de 2018
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