Hace unos días estaba esperando el camión ruta Santa María en la calle equivocada, me paré en Virrey de Mendonza, mirando de frente a la Farmacia Similar que está sobre Lázaro Cárdenas, la calle correcta es Vasco de Quiroga, pero siempre me confundo.
Ahí estaba yo, deleitándome con los cientos de rostros que iban y venían, me detuve con los ojos en una muchacha que empujaba un diablito, esas carretillas de carga en las que se pueden llevar miles de cosas, transportaba detergente Ace, como unas veinte bolsas del quitamanchas textil de pronunciación ambigua, los carros avanzaban en la avenida y ella iba hacia ellos.
No se dio cuenta de que estaba el verde en el semáforo, la muchacha tampoco logró ver, oler y escuchar al enorme camión de pasajeros que se aproximaba por su costado izquierdo, tuvo que sentir el metal encima, la alteridad del golpe avisa; "¡eh, párate, cabrón!" y otras frases de los transeúntes atentos dirigidas al chófer para que frenara. Frenó dos metros adelante, una buena arrastrada se llevó la chamaca, pensé en lo peor que siempre va acompañado de tripas, sangre, sesos.
¿Qué le pasó a la joven? Nada, ni un rasguño. El diablito la salvó, la carretilla cayó de lado y protegió el cuerpo de la hoy viva; la gente se acercó para auxiliar a la muchacha-chava-morra-chica-que-trabaja-en los-abarrotes-de-por-ahí-cerca que reía frenéticamente, sí, carcajada tras carcajada, sin contestar a los ¿estás bien?, ¿no te pasó nada?, ¿cómo te sientes?
Descarto el uso de drogas en horario laboral, creo que la impresión del accidente le alteró los nervios; su presión arterial, la glucosa y demás tuvieron un colapso, subieron, bajaron, ¡dios bendito!, el madrazo inesperado derivó en un ataque de risa, el fallo del sistema límbico de la muchacha le produjo un ataque de risa, chistosa reacción al arrollamiento del Mil Cumbres verde moreliano.
El chófer estaba blanco cuando bajó a ver el cadáver que no, corroboró "lo gracioso" de la situación y le reclamó a la víctima del atropellamiento, "¡estaba el verde, quién sabe de dónde salistes! (sic)", ella agarró sus detergentes marca Ace, los acomodó en su vehículo de dos ruedas y se retiró del lugar, todavía riéndose, como si ahí, en el cruce de Lázaro Cárdenas y Virrey de Mendonza, de sur a norte, no hubiera pasado nada.
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