viernes, 5 de junio de 2015

Texto con textos de Ramón




No soy el gran tipo que quisiera
sino apenas un pequeño señor.
Ramón Méndez Estrada

  ¿Año funesto el dos mil quince? El miércoles trece de mayo a las cuatro con quince minutos murió Ramón Méndez Estrada, muerte unívoca, última reunión de la familia. Poeta, prosador, gran lector, bebedor, fumador, enojón y berrinchudo, un ser humano en toda la extensión y significado de las palabras que van más allá del sentido común, las que se emborrachan; entonces ¿de dónde sacar todo?, si cuando estoy despierto me la paso borracho. Ramón vivió como pudo, es decir, como quiso, disfrutando el sufrimiento, poetizando y meando para no hacer charco; de fondo musical las canciones de Chava Flores, colgó los tenis como Cleto, cierto, pero antes le cantó a la luna que está tan redondota y conoció el barrio, se topó a madrazos con la vida, seguramente pensarás: “éste ya se echó a perder por completo”.

  Seguramente su obra alcanzará otros territorios interpretativos más rigurosos y se posicionará en el lugar que merece, sin embargo creo que más allá de la fama y la crítica mamila está la lectura sincera que tanto necesitan los escritores todos. Tomar un libro y leerlo sin pretensiones, disfrutar la lectura, el acto de leer, las imágenes y los conceptos aparecen, a veces una cuestión vital, a veces el golpe de la inmanencia.

  Sí, la lectura, de repente, como escondiéndose entre las líneas, aparece el poeta, escuchar al poeta. Pienso que esto fue lo que Ramón quería de sus libros, que la gente los disfrutara y se divirtiera con ellos, porque son divertidos; hay humor a pesar de ser trágicos y desgarradores. Sacrificaré mis ganfritos, mis drogacolas, mis pincheroy. Además, al final, casi sin querer, con un guiño al lector, encontramos la sabiduría del que se ha caído, se aprende mucho del sufrimiento mucho, porque en la obra de Méndez Estrada está su vida entera y maltratada. Es éste un libro de poesía, para gozar, lúdico y divertido, a veces triste, como corresponde a los juegos de la inteligencia. Escribir con sangre y carne y crudo por las mañanas, así era Dramón, el lado moridor le saltaba como venas de albañil. En las venas se me helaba la sangre.

  Pocos son los que se arriesgan a seguir sus sueños, tal vez por miedo o por falta de voluntad, tal vez porque es más fácil dejar que los otros decidan, adaptarse. Los que hacen de su vida una obra de arte, los desadaptados, sufren mucho, es cierto, como los demás, como todos, pero este sufrimiento se sublima por el fin que sigue, se transforma en algo más, por eso los artistas, los poetas. Me di cuenta cuánto sufrimos sin remedio.

  Ramón no necesita una hagiografía para ser recordado, ni santo ni demonio, y qué bueno, las ortodoxias son muy castrantes. Maldijo, insultó, maltrató a sus amigos, incluso a los más cercanos, a aquellos que lo asistieron en los momentos más difíciles. Sus amigos lo querían mucho, lo quieren, lo queremos, sus desaires, hasta eso, eran creativos. El poeta se madreaba a sí mismo. Los que estaban cerca de él salían salpicados; me sacrificaré una vez más. Estoy en guerra.

  También hay que decir que fue padre, amante, ¡Escribió poemas para niños! A su manera era un luchador social, le gustaba contar y que le contaran historias, cuentos decía él. Méndez Estrada dejó cosas inconclusas, se arrepintió en el último momento, confesó pecados por tormentos. Esto es vivir señores, no nos asustemos, hay que equivocarse por obligación ontológica, tirar la toalla y levantarla. Arrojarla de nuevo, levantar la toalla, olvidarse de ella, olvidarse de sí mismo. Convirtió el vino en rosas. Ramón fue dragón, niño y poeta, que es lo mismo al final de cuentas. ¿Qué es lo mismo? La soledad en el dolor.

No hay comentarios: