Cuando era más niño que ahora, hace algunos años, mi abuela Carmen cuidaba de un indigente. Lo dejaba dormir en la cochera de su casa y lo alimentaba. No sé bien si su nombre real era Antonio o simplemente así le decían para identificarlo y diferenciarlo de otros indigentes que rondaban la zona de Prados Verdes en los años ochentas. Toño ayudaba en algunas tareas domésticas, cuando podía, también iba a "echar una mano" a la pizzería que tenía mi papá en el centro de Morelia. Recuerdo que varias veces lo vi inhalando pegamento 5000. Tenía mucha curiosidad por saber qué se sentía andar "chemo". Platiqué con Toño varias veces y en una de ésas le pregunté sobre el pegamento, cuál era el efecto, cómo reaccionaba el cuerpo con dicha sustancia. He olvidado la respuesta que me dio Toño, sólo tengo un recuerdo de él babeando mucho, sin poder articular palabra, aunque no se veía triste ni tampoco reaccionaba violentamente. Le perdí el rastro a Toño. Años después, en el mercado Independencia, lo encontré vendiendo carnes frías, el puesto era de él y se veía bastante ejercitado, sano y lúcido. Se acordó de mí, no quiso cobrarme la mercancía que le pedí, gesto que fue más en nombre de mi abuela que por quedar bien conmigo. Fue inevitable aguantarme las ganas de preguntarle nuevamente sobre el pegamento 5000. Su respuesta fue contundente, "era lo mejor del mundo, pero no lo volvería a hacer". Me despedí de Toño y salí del mercado. Ya en el camino de regreso, no pude evitar pensar en todas las sustancias que había probado con el fin de alterar mi conciencia; había buenos y malos viajes, repetiría la mayoría de esas experiencias. Ir y venir del cielo y del infierno no es para todos, algunos han logrado salir, otros se han quedado ahí. Sin embargo, para mí, la vida es saltar de un lado a otro.
lunes, 22 de junio de 2015
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