Panfleto en percusión
“La calle es de quien la trabaja”, fueron las letras que escribí para el esténcil que hizo Iván Murillo, por allá en 2007 (¿o ya era 2008?), seguro antes de los granadazos. Esta intervención fue la respuesta a los inspectores del ayuntamiento, nos exigían un permiso especial para tocar en el Centro Histérico de la ciudad de Morelia. En ese entonces hacíamos samba funk con El Cachetes en el saxofón y Jair de Monterrey en el repenique, pusimos la imagen en el zurdo brasileño que percutía yo. Salimos a darle con nuestra obra de arte panfletaria, afuera del Centro Cultural Universitario sonábamos, los pesos caían en el estuche del barítono en fa. Llegaron los inspectores y amenazaron con quitarnos los instrumentos si no parábamos ipso facto, sin pensarlo les mostré el tambor con el esténcil y les dije: “La calle es de quien la trabaja”. Nos cobraron cien pesos como multa, pagamos y nos regresaron las cosas. Esto sucedió varias veces, hasta que llegó el hartazgo a los inspectores, entonces pudimos tocar con algo de libertad.
Memo, la orilla y Josué
El Jardín de las Rosas, ¿cómo olvidarse de él? Esta ruidosa rosaleda con sus cafés dos por uno, sus verdes boleros, el puesto de revistas y periódicos del Güero, las estatuas de Cervantes y Quiroga, los floripondios y el árbol torcido del fondo, aquí han tenido lugar algunos de los más poderosos encuentros musicales, como aquel en donde Guillermo Portillo se subió a la fuente, peligraba su integridad pues estaba parado en la orilla resbaladiza de ese recipiente de agua hecho de cantera; Memo tocó uno de los mejores solos de saxofón que le he escuchado y Wendy Rufino capturó el momento magistralmente. Los clientes de los establecimientos nos miraban de lejos y algunos se pararon y fueron hasta donde estábamos para no perderse el momento, el instante musical que estaba aderezado con percusiones africanas y los malabares del Circotorreo. Todo esto ocurrió en 2014, era diciembre y Josué Ruiz Maldonado acababa de morir. Música, fugaz como la vida.
No surprises
Las calles de esta ciudad han sido, y son, el escenario para cientos de conciertos, unos más improvisados que otros. La cantera se niega a bailar al ritmo que le toquen, tiene un matrimonio con las tunas, y no precisamente de las que crecen en los nopales. Los corazones de los habitantes de esta ciudad también son de piedra, por muy rosas que sean están duros, la gente no pidió que le tocaras ¡Arriba Pichátaro! o La media calandria o No surprises, ellos andan en sus asuntos, sobrevivencia, tienes que convencerlos consuetudinariamente, no digamos de una moneda, sino de una sonrisa, un guiño, una oreja atenta, esculpir la cantera, “mejor toquemos pa’ ver, que demuestre a lo que vino”. Ni qué decir de los otros muchos músicos que talonean (ad libitum) para ganarse el gazpacho nuestro de cada día, ¿o cómo era?
Músicos terroristas
Eduardo Solís Marín da clases en el Conservatorio de las Rosas y en la Facultad de Bellas Artes, músico apátrida que fue formado en la tradición clásica del canto gregoriano y la morisqueta de Apatzingán. Con él trabajé en las obras Más que humano y Heraldos del Ocaso; la primera se presentó en la Catedral moreliana dentro del Festival de Órgano, la segunda fue la ganadora del concurso de composición de la UMSNH. Pero esto no es lo que quiero contar de Lalo Solís, me remito a las pruebas de aquel primer aniversario de los desaparecidos de Ayotzinapa, estábamos esperando la manifestación afuera del Sangron’s, llovía y una camioneta de valores se había quedado atrapada por los cortes a la circulación que la gran marcha había ocasionado. No sé porqué sinrazón yo traía un saxofón, el punto es que junto con Solís nos acercamos a la camioneta de valores, él cargaba su tuba, agarramos los instrumentos como si fueran armas (lo son) y amenazamos al par de guardias que se miraban muy nerviosos adentro del vehículo, inmediatamente arrancaron y, como pudieron, se fueron. Tocamos alrededor de siete horas seguidas, alguien sacó, al final, un poco de charanda con jugo de uva para quitar la sed y reírnos del susto que les sacamos a los guardias.
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