(Alucinación narrativa a propósito de Rolando, ópera prima de Rafael Flores)
Renato, Armando y Rolando, los tres principales personajes pachecos de esta alucinante novela de veintisiete capítulos, se mueven al ritmo de los baches de la carretera, de las curvas cerradas por las que atraviesa el tráiler del Tawa, en dirección a la casa chica; ahí van rebotando de nalgas, platicando con el chófer en turno, sonriendo y a veces cabeceando por el cansancio; avanzan, ¿o regresan?, empolvados, sin poder comerse los gansitos fríos o sentarse en las sillas, porque son nuevas, pero eso sí, devorando el paisaje con la mirada. CDMX, Puebla, Veracruz, Campeche, Quintana Roo, Chiapas, Oaxaca, algunos nombres encontrados en el camino, escala cromática del trayecto.
Renato, Armando y Rolando, los tres principales personajes pachecos de esta alucinante novela de veintisiete capítulos, se mueven al ritmo de los baches de la carretera, de las curvas cerradas por las que atraviesa el tráiler del Tawa, en dirección a la casa chica; ahí van rebotando de nalgas, platicando con el chófer en turno, sonriendo y a veces cabeceando por el cansancio; avanzan, ¿o regresan?, empolvados, sin poder comerse los gansitos fríos o sentarse en las sillas, porque son nuevas, pero eso sí, devorando el paisaje con la mirada. CDMX, Puebla, Veracruz, Campeche, Quintana Roo, Chiapas, Oaxaca, algunos nombres encontrados en el camino, escala cromática del trayecto.
Renatito, Armándaro y el Rolas salieron a dar el rock ando roll, a la conquista del yo y del nosotros, de la paz interior y del peyote en Morelos, el Jeff frente al Nopal, la consciencia frente a la inconsciencia, los plátanos y la camaroniza, fogatas, hamacas y las bolsas de dormir donde caiga la noche. Los tres pudieron bañarse de sol, sudor y mar, la arena blanca, porque el escritor pinta, el volcán de noche duerme, porque el pintor escribe. Pero también las humillaciones de los pinches tiras por la madrugada, los amores fallidos del sobador de pies, el gorilesco empleado de la central que pide los boletos, aquí no es hotel; está cabrona la taloneada, sed y hambre: "Pa’que tengan algo que contar a su gente".
Parafraseo a Kierkegaard: el poeta es el mago del recuerdo. Rafael Flores escribe Rolando como quien escribe sus memorias a la luz de un foco ahorrador de 23 watts. Biografía fantástica o fantasía biografiada. Este viaje es un libro, este libro es un viaje, doble, porque Renato compró boleto de ida y de regreso, pasajero del tiempo, o sea, de sí mismo, antes pedía aventón y ahora toma café en El Trevi. Se trata de los caminos que abren las decisiones, las autopistas de los holas y las casetas de cobro de los adioses. Rodar y rodar, escribió la piedra. Algunas se quedaron en el viaje, otras se pusieron la corbata: "Dentro de diez años hablamos –contestó el chófer-, a ver si ya entraste al aro o sigues de regejo".
Parafraseo (¿o copio?) a Ramón Méndez Estrada: sigo creyendo que la enfermedad más grave es adaptarse. Renato ha crecido y ahora puede comprarse el libro de Monet que tanto deseaba cuando joven, cuando ayer era más que ayer. Pero no lo compra, Renato, como buen mago, recuerda, y en ese recordar-se encuentra, ve, la iluminación, ¡eureka! Porque no se trata de unas simples aventuras de unos muchachos caguengues por el sur de México, hay más, "ceniza cósmica". La vida quién sabe qué es, pero siempre hay una búsqueda en el libreto de la existencia. ¿Dónde estás, hermano? El viejo departamento que cambia conforme aumentan la renta, la primera exposición, la novia que se aleja, la que se queda, el hijo (Rafael): "No pinto cuadros ni escribo poemas, la vida es mi arte".
Y Rolando la rola cerca de Renato, apenas unos pocos años, como si Cronos diera limosna. Con eso es suficiente para que Santana toque Mujer de Magia Negra y un río de mezcal corra violento por la selva chiapaneca, y allá van los amigos, qué digo amigos, carnales: "Mi mamá me contó que era gracioso y agradable, pero que fumaba mucha mariguana"
Este libro bien pondría llevar adentro, como mera sorpresa o recompensa al lector, un churro de mota; o unos hongos secos, de los derrumbes; o ya de perdida, como quien no quiere la cosa sobria, unos cuadros con ácido. Quizá esta innovación mercadotécnica no le agradaría mucho a los de ABZ Editores, o quién sabe, uno nunca sabe. Rolando tiene ese toque mágico de la mezcalina por la madrugada y nosotros aún seguimos siendo "una comunidad grande, desorganizada y pachanguera".
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